—Creo que puedo serte útil, si tienes prisa.

—No, Daniela.

—Si está tirado.

—He dicho que no. Mantente al margen de esto.

—Si ya lo he hecho antes.

—Ignorando mis instrucciones.

—Y consiguiéndote tu orden judicial —contraatacó. Echó un vistazo a su alrededor, para cerciorarse de que la oficina abierta estaba vacía, y bajó la voz —. Después de lo de la otra noche, ¿no podríamos pasar de esto?

—Ni se te ocurra.

—Deja que te ayude.

—No. Nada de llamar al juez Simpson.

—Dame una buena razón.

—Porque ahora que el juez y yo somos colegas de póquer —dijo ella, sonriendo, mientras cogía el teléfono—, lo puedo llamar yo misma.

—Te acuestas conmigo y luego te burlas de mis teorías y me robas a todos mis amigos —se quejó Calle, echándose hacia atrás y cruzándose de brazos—. Precisamente por eso no pienso presentarte a Bono.


******************


Horace Simpson se materializó con las órdenes judiciales acompañadas de una amonestación judicial en la que le recomendaba que volviera a llevar su trasero a la mesa de póquer de Calle para que él pudiera recuperar sus pérdidas. Y pensar que durante años la detective había tenido que dar mil vueltas para llegar a los jueces.

Tener las órdenes de búsqueda en sus manos resultó ser la parte fácil. Instalar el sistema de escuchas telefónicas requería tiempo, lo que implicaba varias horas de espera. No María José Garzón. Irrumpió en la oficina abierta procedente de la oficina del capitán García y cogió el bolso.

—¿Y ahora qué?

—El capitán me ha cedido una patrulla. Vamos a ejecutar mis órdenes de registro —dijo. Cuando Calle se levantó para ir con ella, ella continuó—: Lo siento, Calle, estamos en una fase crítica. Esto es sólo para policías.

—Vamos, me quedaré en el coche, te lo prometo. Hace calor, pero sólo necesito que me dejes una rendija de la ventanilla abierta. Dicen que es peligroso, pero yo soy fuerte, me llevaré agua.

—Estarás mejor aquí revisando tus pruebas. Tienes la pizarra para estudiar, tienes aire acondicionado y tienes tiempo, mucho tiempo. Recuerda, piensa como un detective —dijo, cruzando la sala y dándole la espalda.

—Podrías llevarme tranquilamente, sé adónde vas. —Eso hizo que ella se detuviera. Se dio la vuelta para mirarla desde la puerta—. Al Guilford y a un almacén particular de Varick—dijo Daniela. Ella miró su bolso.

—Has estado husmeando en mis órdenes, ¿verdad?

Ahora le tocaba sonreír a ella.

—Me he limitado a pensar como una periodista.


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Dos horas más tarde, Garzón volvió y se encontró a Calle mirando fijamente la pizarra.

—¿Se te ha ocurrido alguna idea más mientras estaba fuera?

—La verdad es que sí.

Ella se dirigió a su mesa y comprobó su buzón de voz. Estaba vacío. Poché colocó bruscamente el auricular en su sitio con frustración y miró su reloj.

—¿Estás bien? ¿Algún problema con tus órdenes de registro?

—Al contrario —dijo—. Sólo estoy ansiosa por lo de pinchar los teléfonos. Lo otro ha ido muy bien. Más que bien.

—¿Qué has descubierto?

—Tú primero. ¿Cuál es tu nueva teoría?

—Bueno. He estado pensando en todo esto y ya sé quién ha sido.

—¿No ha sido Agda?

—¿Por qué? ¿Es Agda?

—Calle.

—Perdona, vale. Es un disparate. Paso de Agda. Pero he estado pensando en algo que dijo sobre el nuevo piano. —Eso captó el interés de Poché, que se sentó apoyada en el extremo de su mesa, con los brazos cruzados.

—¿Me estoy acercando? —preguntó.

—No tengo todo el día. Al grano.

—Cuando la entrevistaste, Agda dijo algo sobre que el piano era precioso, que casi se había desmayado cuando lo habían sacado de la caja. —Hizo una pausa—. ¿Quién entrega pianos en cajas hoy en día? Nadie.

—Interesante. Continúa. —De hecho, ésas eran las aguas en las que ella estaba pescando, y Poché tenía curiosidad por escuchar su versión.

—Sabemos que entregaron el piano porque lo vimos después del robo. Así que eso me lleva a preguntarme por qué meter una caja a menos que algo vaya a ir dentro de ella después de sacar el piano.

—Y entonces ahora crees que ha sido, ¿quién?

—Es obvio. La empresa de pianos es la tapadera de unos ladrones de arte.

—¿Ésa es tu respuesta final? —La cara inexpresiva que ella puso hizo que Calle diera marcha atrás tan rápidamente que a Poché le entraron ganas de echarse a reír a carcajadas. Pero mantuvo su cara de póquer.

—O... —continuó Calle—, déjame terminar. Has ejecutado unas órdenes de registro en el Guilford y en un almacén privado. Mantengo lo de la caja del piano, pero diría que ha sido... Kimberly Starr. Tengo razón, lo sé. Lo puedo ver en tu cara. A ver, dime que no tengo razón.

—No pienso decirte nada —dijo ella. Ruiz y Villalobos entraron en la oficina abierta. Garzón volvió a empezar con ellos—. ¿Por qué iba a echar a perder la diversión?

—Mario y yo hemos estado enseñando la foto de Buckley —dijo Sebas—. Dos personas lo han reconocido. No está mal.

—No está nada mal —dijo Poché, atreviéndose a dejarse sentir la emoción de que el caso fuera cogiendo impulso—. ¿Y testificarán?

—Declararán —dijo Mario.

El teléfono de la mesa de Poché sonó y ella se lanzó a por él.

—Detective Garzón —dijo, y estuvo un rato asintiendo como si su interlocutor la pudiera ver—. Excelente. Genial. Estupendo. Muchísimas gracias. —Colgó y se dirigió hacia su equipo—: Ya han instalado el sistema de escuchas. Empieza el baile.

Por una vez, las cosas se estaban moviendo al ritmo de Garzón.



Ola De Calor (Caché)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora