CAPÍTULO DOS.

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No quiero estar aquí sabiendo que Deuce también lo está. Hacía meses que no la veía, casi un año. Se supone que se había ido y ahora estaba aquí de nuevo, respirando el mismo aire que yo. No podíamos irnos sin más, los chicos no sabían nada e iban a sospechar; yo siempre quería quedarme en la fiesta que se celebraba después de las peleas. Joder, seamos realistas, son fiestorros. Pero con ella aquí la cosa cambia.

Pegué un trago largo al tinto de verano, estaba apoyada en la barra. Mel y Fabio estaban bailando, Zack estaba conmigo. Seguramente, hay más de cien personas aquí, podría estar bailando con los chicos, perreando con Mel y liándome con algún tío o alguna tía que estuviera bien. Pero no, en vez de eso, estoy buscando al puto demonio. A la única que ha sido capaz de hacerme sentir. 

Quiero irme a casa. No, necesito volver al Berble y emborracharme. Necesito saber que no está en el mismo sitio que yo, que no puede verme. ¿Por qué ha tenido que aparecer de nuevo? ¿Por qué he tenido que venir? ¿Porqué me sigue afectando estar a su lado? ¿Me habrá visto? ¿Sabrá que estoy aquí?

—... ¡¿Alex?¡

—¿Qué? —mi voz salió cortante. Zack frunció el ceño.

—¿Por qué esa cara? Estás mustia, tía. Vamos a bailar.

—No me apetece, Zack.

—No he preguntado si te apetece o no —sonrió y dejé que me arrastrara hasta Mel y Fabio.

Una canción de reguetón antiguo salía disparada por los altavoces. Respiré hondo, mente en blanco. La música me revolvía el estómago, me habían rellenado el vaso, el alcohol empezaba a hacer efecto. Me dejé llevar.


Aquello era un descontrol. Se nos había unido más gente, estábamos en una especie de círculo mal hecho. Había vuelto a rellenarme el vaso, Zack conducía así que...

—Mierda —me habían tirado una copa encima. La blusa se me pegó a los pechos. No utilizo sujetador y ahora mi blusa es casi transparente, genial.

—Voy al baño, tía —le hablé a Mel en el oído.

—¿Qué?

—¡Que voy al baño! —le señalé mi blusa y empezó a reírse.

—Muy graciosa.

—¿Voy contigo?

Negué con la cabeza y ella asintió. Quería salirme fuera un rato, estaba agobiada, en realidad odiaba a la gente.

Un chico salió del baño con prisas y chocamos.

—Aay, perdón.

—Tranquilo —levanté la mirada. Mierda, no, no, no.

Intenté rodearlo y meterme en el baño, pero me cogió del brazo, girándome hacia él.

—¡¿Alexa...?

—Solo Alex —le corté—. Si no te importa, me estoy meando.

—Espera, ¿cómo es que estás aquí? Te hemos estado buscando, no...

—Ni se te ocurra decirle nada. No quiero veros. Suéltame.

—Tenéis que hablar, Alexa... Alex —se corrigió cuando lo miré enfadada—. Está mal, y tú por lo que veo, también.

—Estoy perfectamente. Perfectísimamente, de hecho —estoy siendo muy cortante. Pero entre el calor, el alcohol, la presión en el pecho que tengo desde que la vi en el ring y el saber que sigue aquí, solo hacen que quiera salir por patas.

—Mentirosa.

—No tengo que decirte nada, ni siquiera tengo que hablar contigo —lo empujé y entré al baño.  

Almas reencontradasWhere stories live. Discover now