Shawn se estremeció al mismo tiempo que Miguel.

―Me puse en medio ―finalizó, con voz trémula.

Shawn abrió mucho los ojos. No se podía imaginar a un marido pegando a su esposa, mucho menos a su propio hijo.

En ese momento maldijo su estupidez, su cobardía y su egoísmo. Estaba tan concentrado en su propia historia, en su propio dolor, que ni se le había ocurrido pensar que Miguel también había sufrido. Que alguien, en este mundo, aparte de él, pudiera esconder un infierno tras la sonrisa.

Eso se acabaría en ahí mismo, pensó. Así que apartó los pensamientos oscuros de su mente, alejando el miedo y el dolor, y se concentró únicamente en su amigo.

Levantándose, Shawn encendió la luz. Comprobó el reloj con un gruñido: las seis y cuarto. No faltaba mucho para que tuvieran que levantarse y empezar su primer día en el internado Berlian.

Volvió a su cama, no sin estirarse perezosamente primero, se sentó con las piernas cruzadas. Miguel hizo lo propio.

―Gracias ―dijo Shawn.

Miguel le miró extrañado.

―¿Por qué? ¿Por haberte amargado el primer día en la cárcel, barra reformatorio, barra centro psiquiátrico? Como si no fuera suficiente ya de por sí solo ―bromeó.

Shawn sonrió por primera vez en mucho tiempo. Esbozó una sonrisa de verdad.

―Por enseñarme tu dolor. Desde el accidente, he vivido encerrado en mí mismo, sin preocuparme por lo que otros hicieran o dijeran, apartando a todo el mundo porque no quería ser dañado otra vez. Pero tú sonríes, bromeas. A pesar de todo por lo que has pasado, sigues levantándote con fuerza todos los días.

Miguel levantó las comisuras de los labios levemente, probando lo que Shawn acababa de decir.

―La cosa mejoró ―dijo el español―. Después de aquello, mis padres se divorciaron. Seis años después, mi madre se casó con un hombre al que admiro bastante, que se ha ganado mi respeto sin usar las manos. Fue así como llegué a Estados Unidos.

―¿Era de aquí?

―De Utah, creo. Aunque no estoy muy seguro. Nos mudamos a Oregón después de la boda.

―Yo me vine a vivir con mi abuela aquí después de lo de mis padres. Era el único familiar que quería hacerse cargo de mí, así que... ―Shawn se encogió de hombros―. Antes vivía en Tampa, Florida.

Miguel asintió. En ese momento, unos fuertes golpes resonaron en la puerta.

―¡Miguel Fuertes y Shawn Haleford, es hora de levantarse!

Los dos chicos se sobresaltaron en respuesta al repentino ruido, y pronto se pusieron en marcha. Se vistieron deprisa, colocándose los pantalones negros, el polo blanco y el jersey azul, y salieron al pasillo, encontrándose de frente con Takeshi y Felix, quien saludó animadamente con un “buenos días”.

―Alguien aquí ha conseguido conciliar el sueño, por lo que veo ―Miguel alzó una ceja inquisitiva.

―Y que lo digas ―respondió el alemán―. Yo soy el único de aquí que se ha cruzado el Atlántico y todo el continente americano el día antes de venir aquí.

―¿No vivías aquí? ―preguntó Shawn.        

El grupo echó a andar por el pasillo, sus pasos resonando contra el abovedado techo del internado, cuyos arcos parecían estar inalcanzablemente altos.

―Vivo en San Francisco, pero paso todo el verano en Alemania, con el resto de la familia.

Cuando llegaron a las escaleras, el único punto en común para chicos y chicas, todos se quedaron petrificados.

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⏰ Last updated: Feb 17, 2015 ⏰

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El credo de las sombrasWhere stories live. Discover now