Lucrecia, digo Lissa

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Lissa

Yo estaba sentada en mi habitación, escribiendo en mi diario. Tenía una habitación de paredes blancas y sin cuadros. Mi cama tiene sábanas color rosa claro. Tenía una ventana que da hacia el gran bosque que quedaba cerca de aquel pueblo. Era la casa más cercana que había. La ventana estaba cubierta con cortinas blancas. Tenía también un escritorio lleno de dibujos y escritos desparramados. Me había mudado hace poco con mi familia. Aunque solo tenemos a mi madre, somos de tener muchas cosas. En total somos cinco hermanos. Yo soy la menor y la única mujer.

Yo era la única que no había bajado.

–Nos hemos mudado de la ciudad a un pueblo donde mi madre vivía cuando era niña. - Dije yo mientras lo escribía - No es gran cosa. Extraño mucho nuestro antiguo hogar, pero todo se solucionará cuando me haga amigas. O por lo menos eso dice mi madre. Me gusta creer que tiene razón.

–¡Baja ahora Lucrecia! - dijo la voz de mi madre desde abajo.

–¡Bajaré cuando me dejes de llamar así! - Dije yo, muy molesta.

–¡Soy tu madre - dijo mamá - y te digo como quiero! ¡Ahora baja!

–Está bien, Má. - Dije yo con resignación.

Si. Hola, mi nombre es Lucrecia. Pero no soporto que me llamen así. Una cosa era cuando era chiquita y mi padre seguía aquí, donde no me molestaba que me llamaran Lucre. Ahora tengo trece años y no me gusta nada que me llamen así. Volvamos a empezar: Hola, mi nombre es Lissa. Así está mejor.

Digo que seguía aquí cuando me refiero a mi padre porque es una estupidez pensar que está muerto. Desapareció aquí hace algunos años y ya lo consideran muerto. No está muerto, ha desaparecido. Desapareció en el bosque, pero sigue con vida.

Pronto me enteraría que no es solo ese caso.

Baje las escaleras de mala gana. Todos se encontraban desayunando en casa. Mi madre es muy linda. Se llama Rose, y tiene los mismos ojos castaño rojizo que yo. Exactamente los mismos. Solo que mi pelo negro es de papá. Mis hermanos más grandes son Tom y James, Tom con veintiuno y James con diecinueve. Vivían aún en la ciudad, pero vinieron a casa para despedirse de nosotros antes de volver. Se quedarían todo el día. Creo que por eso mamá quería que bajara. Los siguientes son Alex, con diecisiete, que recibe el nombre de mi padre, y Harry, con quince, que tiene el mismo pelo que mi madre, de color castaño claro.

Aunque amo a todos mis hermanos, tengo que admitir que lo que más amo es a Harry. Siempre me defiende, siempre guarda mis secretos, siempre está dispuesto a escuchar lo que tengo para decirle y me ama mucho. Nos amamos mutuamente. Y nunca me llama Lucrecia.

–Buenos días, Lissa. - Me dijo en cuanto me senté en la mesa. Mamá había preparado medialunas caseras para celebrar. Comimos con apetito. Estaban exquisitas.

–Hija ¿Irías a comprar harina? - Me dijo mamá - Nos estamos quedando sin. Enfrente de casa hay una despensa. Es la casa de mi mejor amiga de la infancia, Alice.

Me dio dinero y me dijo que podía quedarme con el vuelto, y que si no me daban, ella me pagaba. Eso me convenía demasiado, pues no tenia forma de ahorrar.

Así que fui a comprar harina.

La "despensa-casa" se llamaba "La Despensa del Bosque". Que nombre tan original, viviendo aquí.

Nos venía muy bien su posición, porque mamá nos dijo que planeaba dejar su oficio de médica para hacer realidad su sueño: Ser panadera.

–Nunca me gustó la medicina - dijo mamá. - Desde chica quise ser panadera, pero mis padres querían que fuese o ama de casa de mi esposo o médica. Obviamente elegí médica, para disgusto de mis padres, que solo intentaban que eligiera ama de casa de mi esposo. En esa época no pensaba casarme.

Entre al local. No había nadie. Llame a la dueña a gritos:

–¡Alice! ¡Alice!

Pero Alice no respondió.

El que respondió fue un muchacho.

–Ya voy – dijo.

Llego al mostrador un chico de mi edad, de pelo negro y alborotado, ojos negros y piel muy pálida. Era un poco extraño, pero también apuesto.

–Hola. – Le dije. – ¿Eres hijo de Alice?

–No. – Contestó el muchacho. – Alice me dejó a cargo mientras ella iba al mercado.

Era parco en palabras e intentaba no hablar demasiado. O por lo menos eso me pareció.

–¿Qué quieres? – Me pregunto.

–Harina – dije yo.

Nos quedamos mirando un rato y luego fuimos a buscar la harina.

Mientras la buscaba, observé que, en la pared había una foto de una chica de pelo y ojos castaño claro. Debajo rezaba: "Helena, doce años, desaparecida en el bosque hace un año, el trece de octubre."

Cuando el chico se acerco a el mostrador con la harina, le pregunté:

–¿Quién es la chica de la foto?

–¿No sabes leer? – me dijo, un poco molesto.

La pase el dinero y él comenzó a buscarla. Aproveche para decirle:

–Mi padre también se perdió en el bosque. Pero no creo que esté muerto. De verdad que no lo creo. No puede estar muerto. Si esa chica, Helena, era importante para ti, te recomiendo que pienses lo mismo.

Si vi bien, una lágrima se deslizó rápidamente por el paso por el rostro de el chico. Me paso el vuelto. Yo lo tome, y me disponía a irme cuando él me dijo:

–Creo que tienes razón. Espero que tu padre y Helena estén sanos y salvos. Y que se hayan encontrado.

Me fui.

Pero el rostro y las últimas palabras que oí del muchacho me perturbaron hasta los sueños.

Debía volver a verlo.

Lissa X Jeff (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora