Cap. 20

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  • Dedicado a Alba Millan Castillo
                                    

El día siguiente fue casi irreal, llegué a casa como siempre y la puerta se cerró tras de mí con un golpe seco, vi el brazo que la cerró y que me apreso contra la puerta tapándome la boca con la otra mano. No me había equivocado, le había sentido desde que había despertado aquel día, era él. Pugne por deshacerme de su presión, luche con todas mis fuerzas por librarme pero no pude, sentía como me faltaba el aire y como mis latidos eran cada vez más rápidos y otra vez sentía aquella debilidad que me dominaba, no tenía fuerzas, tenía las rodillas contra el suelo, no podía apenas dominar mi cuerpo. 

Al alzar la vista él estaba en el salón, sonriendo triunfante, clave mis furibundos ojos en su ser, le odiaba y me atraía a la vez de forma irremediable, era más fuerte que yo. Se había sentado en el sofá y se había encendido un cigarrillo que aspiraba de lo más complacido y luego me miro fijamente.

-¿No te alegras de verme querida?, he venido por ti. Me sorprendió mucho verte entrar del brazo de Naigel a nuestra pequeña fiesta… ese perro traicionero, que disgusto querida.

Estaba petrificada, si alguien me había inspirado temor alguna vez era él, aquel ser repugnante y exquisito. Sus ojos brillaban crueles, tan fríos como el hielo. Quería llamar a Naigel con todas mis fuerzas pero no podía, debía mantener cualquier pensamiento sobre él apartados de mí, no quería que le hiciera daño, a demás aquello era asunto mío.

-¿Qué demonios haces aquí monstruo?- dije con todo el desprecio del que era capaz. – Sal ahora mismo de mi casa pues no estas invitado, ni siquiera eres bien venido, largo!- grité.

Sus carcajadas resonaron por doquier haciendo temblar los cimientos. Se levantó y se acercó a mí, hice ademán de huir, pero me encaré a él, pese a sentirme tan débil... me dominaba, me seducía irremediablemente, sus labios su cara de ángel, sus rubios cabellos recogidos  en una cola, no podía. Seguramente los ojos me brillarían de furia, amenazantes como un gato salvaje fuera de sí, pero aquello no le intimidaba a él, sino que le encantaba, me agarró con fuerza y yo empecé a murmurar palabras que ni yo misma era consciente de conocer, los muebles temblaban, y la mesita flotaba en el aire y él intentaba arrancarme la blusa aferrándome con tanta fuerza que laceraba mi piel que empezaba a sangrar, ¡quería matarle!

Lo veía claro, no le temía ya, era fuerte y podía enfrentarme a él por poderoso que fuera no estaba dispuesta a dejarme dominar por él, no me tendría jamás, nunca me había poseído ni lo haría ahora por mucho que me hubiera “creado” o hecho salir mis genes vampíricos. Mi reacción le divirtió, complacido me beso pero mis colmillos se clavaron en sus labios. Me abofeteo mientras escupía su propia sangre que limpio con el puño de su camisa blanca.

-Querida – rió – No puedes hacer nada contra mí – A un gesto de su mano las cortinas parecieron cadenas que aferraron todo mi cuerpo haciendo jirones mi ropa. Se acercó a mi, intentaba deshacerme de aquello pero era tan fuerte el control que ejercía que mi confianza volvía a flaquear pero al sentir sus manos en mi estalle de ira mientras una lagrima resbalaba por mi mejilla de pura rabia. 

No lo podía creer pero volvía a suceder... esa corriente subía por mis piernas convirtiéndose en una energía demasiado potente para ser controlada, se arremolinaba y estallaba azulada sacudiendo toda la casa, alargue la mano y él salió disparado contra la pared empalándose en un clavo de hierro cerca del corazón. Aulló de dolor, no podía creer que yo hubiera echo aquello, se arrancó el clavo y lo arrojo abalanzándose sobre mí pero salió despedido como si una pared me protegiera. Sonrió y levantándose entrecerró los ojos estudiando la situación. La cabeza me estallaba, y sentí un dolor inmenso que doblaba mis rodillas, me cruzó la cara con violencia y acabé tendida en el suelo. 

No había duda de que tenía razón, no podía con él, era demasiado fuerte. Me alzó con una sola mano cerrada sobre mi cuello hasta quedar a la altura de sus ojos, otra descarga me sacudió. No le di el gusto de oírme gritar pero almenos pude aferrar su brazo y clavarle las uñas hasta hacerle sangrar, me tiro contra la pared y rebote contra la mesilla abriéndome una brecha en la frente, le tenía encima, sentía sus colmillos clavarse en mi piel y aferrar mi pecho.

La puerta se abrió y entonces pude ver la cara de Naigel que reaccionó mas deprisa de lo que puede apreciar, lo arranco de mí estampándolo contra la pared de piedra y ahora se aferraban el uno al otro como leones.

-Vaya vaya... que tenemos aquí, ya tardabas, fue una verdadera sorpresa ¡traidor, farsante¡ ¿Te diviertes con ella? A mi no me engañas, se lo que quieres... – gritó con los ojos inyectados en sangre – una bola azul salió de su mano disparada contra Naigel. 

-¡No! ¿Pero que dice? - Me alcé como un resorte, Naigel no pareció afectado por el ataque, quizás Naigel era más poderoso de lo que yo creía pero una daga atravesó su costado mientras volaba contra el otro lado del salón, estaba fuera de mí - ¿De que le conoces? ¿Por qué dice eso?

-No le escuches Gizhele, sólo sabe mentir. Recuerda lo que hablamos ayer.

-No querida, el que te miente descaradamente es él, inocente que eres mi dulce Gizhele. Él no te ama, te usará como todos y si una cosa sabes es que nunca te he mentido. Si te quiere pero sólo para él, para hacerse con el control de todo.

-¡Cállate! – espeto Naigel lanzándole un dardo de fuego.

-¡Oh! El corderito se ha enamorado- se carcajeo- Que doloroso será – siguió riendo divertido – Eres un buen actor Naigel, y aunque fuera verdad... No tenéis ningún futuro.  Seréis fugitivos, parias, solos contra el mundo.  

-Te lo advertí Azrael – espetó airado Naigel apretando el puño.

-Escúchame bien querida… Tu querías una historia de amor y es lo que te esta dando, empieza a abrir los ojos y plantéate esta pregunta.

Naigel no le dejó acabar la frase y estrello su puño en medio de su cara cosa que hizo reír a Azrael, tenía la piel dura como el mármol. Los ojos de este brillaron y volvió a lanzar uno de sus conjuros contra Naigel.

- ¡Basta! No le hagas daño – me interpuse en la trayectoria del ataque.

Todo pareció desvanecerse, no oía más que el latir de mi corazón y esa extraña vibración que empezaba a ascender alrededor de mí y que tan bien conocía últimamente.

- No Gizhele cálmate – era Naigel quien hablaba pero una luz rojiza me envolvía y una fuerza inmensa como un rayo salió proyectada contra Azrael, mi “creador” se desvaneció en un alarido de dolor, y junto a él su voz que atormentaba mi cabeza. Sólo quedaron unas leves cenizas que se desperdigaron a causa de una ráfaga de aire, me desplome, oí gritar a Naigel o quizás fue Azrael quien grito un No agónico.

Lo que si recuerdo fue la voz de  Naigel gritándome algo que no entendí y luego otra voz que decía “Ya es demasiado tarde, ya ha empezado”.

GizheleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora