Subieron un tramo de escaleras de madera noble de color claro a través de una suave corriente de aire que traía el fantasmal perfume de una antigua biblioteca pública. En el rellano, Poché echó un vistazo a la habitación y recordó una de las máximas de la ciudad de Nueva York: nunca digas por el aspecto de una puerta qué habrá al otro lado de ella.

La silenciosa sala de exposición y venta de C. B. Phillips-Adquisiciones de Arte estaba a un tramo de escaleras de Broadway, pero era un viaje en el tiempo entre latitudes que conducía hasta una enorme recepción vacía de gente y rebosante de oscuridad, robustos muebles tapizados en terciopelo y encajes tenuemente iluminados bajo las sombras granate con borlas de pequeñas lámparas de sobremesa y apliques de pared de color ocre apagados. Exclusivas obras de arte que representaban marinas, bulldogs vestidos de militar y molduras de querubines adornaban las paredes y los caballetes de caoba tallada. Poché levantó la vista y observaba el estampado clásico del techo de estaño cuando oyó una suave voz justo a su lado que la sobresaltó.

—Cuánto tiempo, Daniela. —Sus palabras tenían la suavidad del whisky y parecían transportadas por el humo de una vela. Tenían un leve acento de algún país europeo que no pudo identificar, pero que le pareció agradable. El elegante anciano se volvió hacia ella—. Siento haberla asustado.

—Ha salido de la nada —dijo ella.

—Un truco que me ha servido de mucho. Desaparecer tan sigilosamente es un talento menguante, siento decir. Aunque ha dejado paso a una cómoda jubilación. —Señaló su sala de exposición y venta—. Por favor, usted primero.—Mientras cruzaban la gruesa alfombra oriental, añadió—: No me dijiste que ibas a venir con una detective de la policía.

Poché se detuvo en seco.

—Yo no he dicho que fuera detective.

El anciano se limitó a sonreír.

—No estaba segura de que quisieras verme si te lo decía, Casper —se disculpó Calle.

—Probablemente no. Y lo que me habría perdido. —Si viniera de cualquier otra persona, aquello habría sido un ridículo piropo fuera de lugar. En lugar de eso, el elegante hombrecillo la hizo ruborizarse—. Siéntese.

Casper esperó hasta que ella y Calle se acomodaron en un sofá de pana azul marino antes de doblarse sobre su orejera de piel verde. Pudo ver la forma de una aguda rótula a través de sus pantalones de lino cuando cruzó las piernas. No llevaba calcetines, y sus zapatillas parecían hechas a medida.

—He de decir que es tal y como me lo imaginaba.

—Cree que mi artículo te hacía parecer elegante —dijo Calle.

—Por favor, esa vieja etiqueta. —Casper se volvió hacia ella—. No es nada, hágame caso. Cuando se llega a mi edad, la definición de elegante es haberse afeitado por la mañana. —Ella percibió el brillo de sus mejillas bajo la luz de la lámpara—Pero uno de los personajes más excelsos de Nueva York no tiene tiempo para venir aquí simplemente de visita. Y como no llevo esposas ni me están leyendo mis derechos, puedo suponer, sin temor a equivocarme, que mi pasado no me ha alcanzado.

—No, no se trata de nada de eso —dijo ella—. Y sé que está retirado.

Él respondió encogiéndose ligeramente de hombros y abrió la palma de una de sus manos, tal vez con la esperanza de que ella creyera que él era aún un ladrón de arte y un asaltador de viviendas. Y, de hecho, al menos consiguió que se quedara con la duda.

—La detective Garzón está investigando el robo de unas obras de arte —dijo Calle.

—Daniela dice que usted es la persona apropiada para hablar sobre ventas de arte importantes en la ciudad. Oficiales o extraoficiales. —De nuevo volvió a responder encogiéndose de hombros y haciendo un gesto con la mano. Poché decidió que el hombre tenía razón, ella no solía ir de visita a la casa de gente, así que se lanzó en picado—. Durante el apagón alguien asaltó el Guilford y robó toda la colección de Matthew Starr.

—Vaya, me encanta. Llamar colección a ese sobrevalorado batiburrillo. —Él cambió de postura y volvió a cruzar sus huesudas rodillas.

—Bien, veo que la conoce —dijo ella.

—Por lo que, yo sé, más que una colección es una ensalada Cobb de vulgaridad.

Poché asintió.

—He oído comentarios parecidos. —Le alargó un sobre—. Éstas son copias de fotos de la colección hechas por una tasadora.

Casper ojeó rápidamente las fotos con manifiesto desdén.

—¿Quién es capaz de juntar a Dufy con Severini? Sólo le falta un torero o un payaso sobre terciopelo verde.

—Puede quedárselas. Tal vez pueda echarles un vistazo o enseñarlas por ahí y si se entera de que alguien quiere vender alguna de las piezas, quizá pueda hacérmelo saber.

—Ésa es una petición complicada —admitió Casper—. De un lado u otro de la ecuación podría involucrar a amigos míos.

—Lo entiendo. El comprador no me interesa demasiado.

—Por supuesto. Usted quiere al ladrón. —Dirigió su atención hacia Calle—Los tiempos no han cambiado, Daniela. Todavía siguen persiguiendo al que asume todos los riesgos.

—La diferencia es que quien haya hecho eso, probablemente habrá hecho algo más que robar arte —replicó Calle—. Cabe la posibilidad de que haya cometido un asesinato, o tal vez dos.

—No estamos seguros, para ser sinceros —intervino Poché.

—Vaya, vaya. Una persona honesta. —El elegante y anciano ladrón dirigió a Poché una larga mirada de valoración—. Muy bien. Conozco a uno o dos marchantes de arte poco ortodoxos que pueden servir de ayuda. Les haré un par de preguntas como favor a Daniela. Además, nunca viene mal pagar con un poco de buena voluntad a la gendarmería.

Poché se inclinó para recoger su bolso y empezó a darle las gracias, pero cuando levantó la vista había desaparecido.

—Yo creo que sus salidas siguen siendo grandiosas —exclamó Calle.    

Ola De Calor (Caché)Where stories live. Discover now