Equivocada

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Equivocada

Diana se sentó en el sofá de su gran casa. Se sentía derrotada. Su esposo acababa de dejarla. No podía creer que después de veinte años de matrimonio, él la dejara así. Es cierto, habían tenido problemas, pero eso no era motivo para alejarse. También era cierto que ella era, por mucho, más peleadora que él. Mientras ella gritaba, él se mantenía tranquilo, callado, algo que a Diana le molestaba de sobremanera, porque lo que ella quería era pelear. Y ahora lo consiguió.  Hoy, al llegar del trabajo, Claudio encontró a una mujer histérica. Ella no había tenido un buen día

—¿Qué te pasa? —preguntó él con su voz pausada de siempre.

—¿¡Que qué me pasa!? —rió irónica— ¿Acaso no lo sabes? —preguntó y él no supo qué responder, podían ser miles de cosas— Estoy cansada de esta vida, estoy cansada de esta casa. ¡Esta vida de mierda que me haces vivir me tiene cansada!

Claudio sintió como su corazón se encogía al oír, una vez más, esas palabras. Miró a su esposa: aún enojada y gritando se veía hermosa, después de veinte años juntos, la seguía amando, pero él le hacía daño. Ella no era feliz con él. Tal vez, después de tanto intentar hacerla feliz sin conseguirlo, era hora de dar un paso al lado y dejarla para hacer su vida como ella lo quisiera. Su corazón se destrozó en mil pedazos al pensar en ello, pero no se lo demostraría, no quería que ella se sintiera culpable por su sufrimiento. Mentiría. Mentiría con tal de verla feliz, como ella lo merecía.

—Me voy —dijo él simplemente.

—¿¡Qué?! —ella se confundió, jamás esperó que su esposo le dijera esas palabras. Diana siempre descargaba su frustración en su esposo y siempre lo sintió tan seguro, tan de ella, que no creyó nunca escuchar aquello.

—Si te hago tanto daño, me voy de esta casa.

—Tienes a otra, ¿verdad?

Él no contestó. Si le decía que sí, ella sufriría, aunque no lo amara. Si le decía que no, no creería en su partida. Simplemente la miró.

—No sabes cuánto he esperado esto —replicó ella desafiante—. Mis ruegos se han cumplido. Que de una vez por todas encontraras a alguien para que por fin me dejaras tranquila a mí con los niños.

—Querré verlos —dijo con un nudo en la garganta.

—Por supuesto, sabes que no te los negaría.

—Seguiré manteniendo esta casa, no quiero que trabajes.

Ella lo miró, pensaba que al irse con otra, la dejaría botada, pero no era así.

—¿Lo haremos por lo legal o será de hecho solamente?

—Como quieras, pero no me gustaría un divorcio, si algo me pasara, no tendrías derecho a nada, en cambio así, tendrás todo lo mío.

—Está bien. Si alguna vez lo quieres, me avisas.

Claudio dio la vuelta y salió de la casa, derrotado. Ni siquiera le rogó. No hizo nada. Simplemente lo dejó ir. Él la amaba, la amaba tanto y ella… Lloró amargamente. Su vida quedaba atrás, todo lo que amaba lo había perdido para siempre. El amor de su vida, su mujer, su niña, su amante, su…

Echó a andar el auto y salió a toda prisa, mientras Diana miraba por el ventanal a su esposo irse. ¿Por qué le hacía esto después de tantos años? ¿Se habrá cansado de sus berrinches y por eso buscó a otra? No podía ser cierto. Una lágrima amarga rodó por su mejilla. No quería llorar, su orgullo era más grande. O eso pensó hasta que vio a su esposo alejarse calle abajo.

Sentada en el sofá pensaba en sus posibilidades. ¿Y si lo conquistaba de nuevo? ¿Querría él ser conquistado por ella? ¿O estaría demasiado feliz con su nuevo amor?

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