—No te preocupes —la corto, no soporto que llore y menos por mi culpa—, no puedo creer que estés aquí —digo, mirando a mi alrededor ya que he estado aquí mucho tiempo y no quiero llamar la atención.

—¿Cómo es que no me dijiste que trabajabas para los Greco? —Dice ella, recomponiendose. —¿Y por qué estás trabajando aquí y no de cocinera?

—No es de los Greco, es de su hijo y, ¿Genevieve? —advierto, mirando a mi alrededor—, nadie puede saber quien soy, ¿estamos?

—Pero...

—Nadie, absolutamente nadie —remarco, aunque ya debería saberlo.

—Está bien —responde, rodando los ojos con fastidio y aquel gesto casi me hace largar una carcajada.

Joder, como la extrañé.

—¿Qué te gustaría comer? —Pregunto, irguiéndome cuando observó como Philipe me mira desde la distancia con curiosidad.

—¿Qué mierda es lo que cocinan aquí? —Pregunta ella.

—¡Genevieve! —La reprendo, abriendo los ojos como platos por miedo a que alguien haya escuchado.

—¿Que? —Pregunta ella, con fingida inocencia.

—¿Podrías, por una vez en tu vida, comportarte como una persona normal?

—Lo normal está sobrevalorado, querida —dice ella, haciendo un ademán con la mano.

—Te dejaré para que pienses que comer, enseguida vuelvo —agrego, haciendo un ademan para marcharme, sin embargo ella habla, deteniendome. 

—¿No puedes sentarte conmigo?

—Estoy trabajando —respondo, aunque es más que obvio.

—¿Y? —Tiene el descaro de preguntar.

—No, Genevieve, no puedo sentarme a comer contigo —farfullo, intentando relajarme por que sera que sera una larga noche.

—Si sabes que podría comprarte este restaurante si quisieras, ¿verdad?

Me froto los ojos con la punta de los dedos cuando siento una jaqueca formarse en mi cabeza, sin embargo doy un profundo suspiro y la miro a los ojos —aquellos verde pino que siempre me produjeron una calma absoluta y que ahora me están haciendo perder la compostura—, antes de murmurar:

—No quiero que me compres el puto restaurante, Genevieve —digo con toda la calma posible—, ahora, ordena algo que sea de tu agrado y no hagas ninguna estupidez, ¿puede ser?

—No puedo prometer nada —es todo lo que responde ella, abriendo la carta de platillos en cualquier página y comenzando a ojearla, pasando de mi por completo.

Suspiro, porque si de algo estoy segura, es de que esta noche será la más larga de toda mi carrera.

—¿Por qué tardaste tanto? —Murmura Katherine, que ahora unió fuerzas con Philipe.

Mierda.

—Es una clienta complicada —farfullo por lo bajo.

—Ningún cliente es complicado, tú no eres lo suficiente eficiente —responde Tronchatoro, haciendo que quiera rodar los ojos.

Me pregunto qué le diría Genevieve si la escuchara hablarme de aquella manera.

La guerra, eso es lo que pasaría, Genevieve le declararía la guerra.

—Tus mesas está sirviendolas Tatiana, Minerva —agrega, haciendo que tenga que contar miles de vaquitas con algodón para no mandarla al demonios—, debería darte vergüenza.

Pecado con sabor a chocolate [+21] ©️ LIBRO 1Where stories live. Discover now