-Tomé una decisión que creo que deberías saber- la pelinegra miró al muchacho con una ceja alzada. Se encontraban sentados en una de las mesas de la biblioteca, la cual en esos momentos se encontraba desierta- Como ayer demostraste ser alguien medianamente interesante, creo que deberíamos ser amigos- ella no pudo evitar que la sorpresa invadiera su rostro. Kevin Coleman haciendo amigos no era algo que se viera todos los días, por eso estaba obligada a desconfiar- O al menos intentarlo.

-¿No crees que es algo demasiado radical? –preguntó con un tono de voz indiferente, regresando a su expresión natural. No pensaba decir nada más pero, al ver la expresión confundida y ligeramente decepcionada del muchacho, se vio obligada a explicarse- Es decir, tus amigos y yo no nos llevamos bien. Tú y yo tampoco lo hacemos. Es imposible cambiar una relación de un día para el otro. Además,- se encogió de hombros- no soy buena haciendo amigos.

El castaño no pudo hacer más que mantenerse callado ante aquellas palabras. La pelinegra tenía razón. Se había pasado los últimos dos años burlándose de ella descaradamente. Incluso había llegado a pensar que era una persona que no merecía la pena vivir. Pero el día anterior le había hecho abrir los ojos. Las personas, según él, son una capa de secretos y estos no deben revelarse todos a la vez. Tal vez, si se decidía a intentarlo, podría ganar una gran amiga. Tal vez, podría comenzar a relacionarse más con las personas.

-Creo que la amistad es algo por lo que vale la pena luchar- sentenció- No te estoy pidiendo que confíes en mi de un día para el otro, tampoco yo planeo confiar en ti tan rápido. Tampoco estoy diciendo que dejare de ver a mis amigos, porque no puedo dejarlos. Son una parte importante de mí.- la pelinegra lo observaba fijamente y analizaba sus palabras- Puede que conocerme valga la pena y veas en mi algo más que un futbolista musculoso. Puede que yo vea en ti algo más que una nerd que juega a ser corredora. –lanzó una risa nerviosa. La mirada de la chica parecía traspasarlo- ¿Qué puedes perder?

¿Si tenía algo por perder? Tal vez debería preguntárselo a su vida, donde había perdido demasiadas piezas. Todas ellas importantes. Se había sobrepuesto a cada una de ellas, pero incluso en las batallas más simples los solados dejan una parte de ellos. La ida de su padre le había costado la inocencia. El abismo que se había abierto entre ella y su madre le había enseñado que la sangre no garantiza el cariño. Ethan le enseñó que las peores cosas se hacen en el nombre del amor. Troy y Kim, por su parte, le enseñaron que nada en la vida es permanente y que incluso los mejores amigos pueden convertirse en enemigos.

-Siempre se puede perder algo- contestó con un tono de voz monótono.- La pegunta debería ser diferente ¿Qué puedo ganar?- se encogió de hombros mientras le lanzaba una fría mirada al grupo de chicas que se acercaban por el corredor hacia donde ellos estaban. Por un momento le preocupó que la viesen con el muchacho. Pero luego se dio cuenta que no estaban haciendo nada malo, solo estaban sentados en el suelo con la espalda sobre el casillero. Nada fuera de lo normal, salvo el hecho de que no eran personas a simple vista compatibles. Nerd y populares no se mezclan, al menos en teoría. –Solo lo sabré si lo intento.

El grupo de chicas se acercó, lanzándoles miradas furtivas. Paula pensó que su nombre pronto estaría en boca de toda la población femenina del instituto. Se imaginaba los murmullos que se crearían a su paso, diciendo que había vuelto a las andanzas, que nunca podría abandonar su profesión, que estar con uno de sus amigos sería lo más cerca que podría estar de Ethan Garroway ¿Le importaba? Deseaba que no. Pero en el fondo ella sabía que su corazón no era de hielo y que las mejoras armaduras tienen grietas. Sin embargo, para una persona que lo ha visto todo, un simple rumor es un juego de niños.

Un juego que puede volverse peligroso.

Al pasar junto a ellos, una de las muchachas mencionó la presencia de un nuevo y ardiente estudiante. Aquello no le importaba demasiado ya que sabría que el muchacho ni siquiera le dirigiría la palabra. Le divirtió el hecho de pensar que, en su primera clase, posiblemente le dirían que no se acercara a ella si quería ser alguien. Sumamente patético, pero así eran los adolescentes. Una chica como ella estaba obligada a aprender a sobrevivir dentro de aquella jauría.

Ángel de Hielo |En edición|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora