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— Simón, pero nosotros íbamos a salir con las niñas... —un hombre rubio conducía camino a la escuela de sus dos hijas. Se encontraba molesto, e intentaba mantenerse al margen mientras hablaba al teléfono—. Simón... Dios, está bien. Bien, bien; el fin de semana se va contigo. Adiós.

Al cortar la llamada tensa, Duff McKagan dejó salir un gruñido, chocando su cabeza cuatro veces contra la cabecera del asiento de su auto. Se miró por el espejo retrovisor un momento, y acomodó la larga corbata negra que se encontraba atada a su cuello. Llevaba un saco negro, una camisa blanca bien planchada y zapatos negros lustrados. Estaba agotado. Fue un largo día de trabajo, y lo único que deseaba era llegar a su casa junto a sus hijas.

Se encontraba afuera de la escuela de sus pequeñas. Respiró profundo para darse fuerzas, y abrió la puerta antes de bajar de su alto vehículo. Antes vio la hora que era, con su reloj de oro que estaba en su muñeca izquierda. Asegurándose de que la hora estaba bien.

Se asomó por el gran portón de metal y buscó a sus hijas con la mirada. Al ver a una, la llamó y ésta llamó a la otra.

Una de ellas, era de tez clara, algo morena. Tenía ojos grandes color miel, anteojos redondos negros, labios gruesos y rojos, era delgada, un poco alta, tenía largo cabello castaño y ondulado. Lucía el uniforme de su escuela, el cual era de color rojo y gris. No le agradaba mucho usar falda, ella prefería llevar shorts y una sudadera holgada.

La pequeña de nueve años tomó su mochila, y llamó a su hermana mayor.

— ¡Lya, ya nos vamos!

Avisó mientras corría hasta el rubio con los brazos extendidos. Duff al verla, bajó hasta la altura de su hija, y la abrazó con una sonrisa.

— ¡cariño! ¿Qué tal la escuela hoy? —preguntó Duff sonriente.

— Hoy estuvo bien, papá ¡Hice un dibujo!

Exclamó la menor dando un brinco en su lugar.

— Qué lindo, mi amor, ¿Y tu hermana? —McKagan se puso de pie, buscando con la mirada a su otra princesa. Al ver que la chica se dirigía hasta él, hizo un ademán con la mano, y ayudó a su pequeña a llevar su mochila de color morado.

— ¡Lya, apresúrate!

— ¡Ya voy! —chilló la nombrada acercándose a Duff—. Hola, papá.

— Hola, hijita, ¿cómo estás hoy?

— Mhm, bien.

— Perfecto; entonces nos vamos a casa.

Duff besó la frente de Lya.

— ¿Y mi papá? —preguntó la más pequeña.

— Está en casa, bebé. Tiene un resfriado y por eso no pudo venir a recogerlas hoy. —El más alto hizo un puchero.

— Oh, pobrecito. Ya me había extrañado no verlo.

— Mira, Cata.

Le habló Lya, mostrándole a su hermanita una pequeña planta que tenía en una maceta, la cual transportaba en su mano.

— Ohhh, qué linda plantita. ¿Me la das?

— No.

— ¡pero, Lya! —chilló.

— ¡No! Es mi plantita, Catalina.

— ¡Papá, dile algo a Lya!

— Cata, amor, deja la plantita de tu hermana ¿Sí? Tenemos que irnos a casa, tu papá está solito. —Duff intervino tomando de la mano a Catalina.

𝐑𝐚𝐫𝐚. || 𝐒𝐥𝐮𝐟𝐟Where stories live. Discover now