En sus visitas cada vez más frecuentes, Bartolomé comenzó a advertir que el ama de llaves, la severa Justina, quien vestía siempre de negro y llevaba el pelo recogido en un turbante, lo miraba de manera sugestiva. Sus grandes ojos negros expresaban algo inequívoco: amor.

Bartolomé se aprovechó de eso, y generándole expectativas que nunca respondería, se ganó su favor. Era bueno tener de su lado a la persona de mayor confianza de la anciana.

Unos meses más tarde, el 21 de septiembre de 1986, Amalia recibió un escueto telegrama de su hijo, en el que le comunicaba que ese día había nacido Ángeles Inchausti, su nieta. Bartolomé temió que ante esa noticia la vieja se ablandara y recompusiera los lazos familiares, pero lejos de conmoverse, Amalia se enfureció aún más, indignada con la idea de que esa bastarda llevara su ilustre apellido. Y nuevamente se negó a ver a su hijo y, sobre todo, a su nieta recién nacida.

Poco a poco, Bartolomé fue ocupando el lugar del desterrado, y logrando que su tía lo quisiera como a un hijo. Albergaba la esperanza de que, llegado el momento, pudiera heredarla. Un día abandonó el caluroso dos ambientes en el que vivía con su hermana y ambos se mudaron a la mansión, en la que ya casi ni se hablaba del primo, ni de la mucama, ni de la nieta. Era como si nunca hubieran existido.

Cinco años después de la expulsión de Carlos María, Bartolomé era ya el señorito de la casa. Justina fantaseaba en secreto con él y lo que harían juntos con esos millones, pero una noticia intempestiva barrió sus fantasías de un plumazo.

Me caso, che —dijo con simpleza Bartolome, como si hubiera hecho un comentario sobre el clima.

¿Perrrrdón? —exclamó Justina, quien remarcaba mucho las erres, abriendo sus enormes ojos negros.

Sí, me caso —repitió Bartolome sin dar más detalles. Y lo concretó con una celeridad tal que hizo sospechar a Justina de las verdaderas razones de tan apresurada decisión.

Sus temores se confirmaron siete meses más tarde, cuando Ornella dio a luz a su bebé, al que llamaron Thiago.

Era el 24 de agosto de 1991. —Tiene el lunarrr de los Inchausti —afirmó Justina al ver al pequeño bebé que, en efecto, tenía un diminuto lunar en una mejilla. Bartolome era Inchausti por parte de la madre.

El casamiento de Bartolome, y el posterior nacimiento de su hijo, amargaron muchísimo a Justina, cuya obsesión por su señor se acrecentaba hora tras hora. Sin embargo se mantenía fiel a él y a sus planes, y accedió a interceder ante la vieja Amalia, que si bien estaba postrada en una cama desde mucho tiempo atrás, seguía con el control absoluto de todo lo que ocurría en la casa.

Justina le aseguró que esa tal Ornella era una chica de muy buena familia, y la tía Amalia estuvo finalmente de acuerdo con la idea de que vivieran en su mansión. Pero a pesar de lo que aparentaba ser, desde el día en que llegó hasta el día en que se fue, Ornella tuvo en Justina a una acérrima enemiga.

La vida transcurrió sin novedades durante un tiempo. El pequeño Thiago crecía feliz en la mansión, en tanto que el amor de Justina por Bartolomé aumentaba su infelicidad, proporcionalmente a la impaciencia de su señor.

¡No se muere más esta vieja! —refunfuñaba Bartolomé.

Y sí. Tiene una salud de hierrrrro la desgraciada. Puede llevar años...

¿Qué me estás sugiriendo, Justin? —preguntó Bartolomé con ganas de que Justina sugiriera eso que él no se animaba a hacer.

—No sugiero nada, mi señorrr. Digo que la madre de la vieja, la finada Rosa María, murió a los 102 arios... Son de carretel largo.

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⏰ Last updated: Feb 03, 2021 ⏰

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Casi Angeles- La Isla de EudamónWhere stories live. Discover now