—El que vaya que lleve tapones para los oídos —bromeó él.

—Tal vez no se enfade tanto —aventuró Calle—. Supongo que la colección estaba asegurada.

—Llamaré a Noah Paxton ahora mismo —dijo Poché.

—Bueno, si lo estaba, ella se alegrará. Aunque con todo lo que se ha hecho en la cara, no sé cómo vais a ser capaces de apreciarlo.

Sebas confirmó lo que sospechaban, que no había vídeo de la cámara de seguridad del robo por culpa del apagón. Pero dijo que Gunther, Francis y su equipo de Robos seguían llamando a las puertas del Guilford.

—Espero que nadie considere una violación de su intimidad responder a unas cuantas preguntas después de que salieran cuerpos volando por las ventanas y de que se hayan llevado de su edificio un botín de sesenta millones de pavos en obras de arte.

____

La detective Garzón no quería que Kimberly Starr tuviera la oportunidad de ir a su apartamento antes que ella llegara, así que ella y Calle se fueron a esperarla al eterno escenario del crimen.

—¿Sabes qué creo? —observó Calle mientras entraban de nuevo en el vestíbulo—. Que deberían tener cinta amarilla siempre a mano en el armario de la entrada.

Poché tenía otra razón para llegar temprano. La detective quería hablar cara a cara con los friquis del Departamento Forense, que siempre se alegraban de intercambiar opiniones con gente de verdad. Aunque siempre le miraban el pecho. Encontró al tipo con el que quería hablar de rodillas, recogiendo algo aprovechable con unas pinzas de la alfombra de la sala.

—¿Has encontrado tu lentilla? —preguntó ella.

Él se volvió y levantó la vista hacia ella.

—Uso gafas.

—Era una broma.

—Ah. —Se levantó y le miró el pecho.

—Te vi trabajar aquí en el homicidio hace unos días.

—¿Sí?

—Sí... Tim. —La cara del friqui enrojeció alrededor de sus pecas—. Y tengo una duda que tal vez me puedas solucionar.

—Claro.

—Es sobre el acceso al apartamento. Más concretamente, sobre si alguien podría haber entrado por la escalera de incendios.

—Eso es algo a lo que puedo responder categóricamente: no.

—Pareces muy seguro.

—Porque lo estoy. —Tim llevó a Poché y a Calle hasta la entrada del dormitorio, donde la escalera de incendios daba a un par de ventanas—. El procedimiento exige examinar todos los posibles puntos de acceso. ¿Ves esto? Es una violación del código, pero esas ventanas han sido pintadas, cerradas y llevan así años. Puedo decirte cuántos si quieres que lo analice en el laboratorio, pero en el lapso de tiempo en que nosotros estamos interesados, es decir, la semana pasada, es imposible que hayan sido abiertas.

Poché se inclinó sobre el marco de la ventana para comprobarlo por sí misma.

—Tienes razón.

—Me gusta creer que en la ciencia no se trata de tener razón, sino de ser riguroso.

—Bien dicho —admitió Poché, asintiendo—. ¿Y habéis buscado huellas?

—No, no parecía tener mucho sentido, dado que no se pueden abrir.

—Me refiero a la parte de fuera. Por si alguien que no lo supiera hubiera intentado entrar.

El técnico se quedó con la boca abierta y miró el cristal de la ventana. El rubor de sus mejillas desapareció, y la cara llena de pecas de Tim adquirió un aspecto lunar.

El móvil de Poché vibró y ella se alejó unos pasos para responder a la llamada.

Era Noah Paxton.

—Gracias por devolverme la llamada.

—Me estaba empezando a preguntar si estaba enfadada conmigo. ¿Cuándo fue la última vez que hablamos?

Ella rió.

—Ayer, cuando interrumpí su almuerzo de comida para llevar.

Calle debió de oír su risa y apareció por el pasillo de la entrada para cotillear.

Ella le dio la espalda y se alejó unos cuantos pasos de Calle para evitar su cara escrutadora, pero podía verla por el rabillo del ojo, rondándola.

—¿Lo ve? Casi veinticuatro horas. Como para no volverse paranoico. ¿Qué sucede esta vez?

Garzón le contó lo del robo de la colección de arte. A su noticia le siguió un silencio largo, largo.

—¿Sigue ahí? —preguntó ella.

—Sí. ¿No estará bromeando? Quiero decir, no con algo como esto.

—Noah, ahora mismo estoy en el salón. Las paredes están completamente vacías.

Otro largo silencio, y luego lo oyó aclararse la garganta.

—Detective Garzón, ¿puedo hacerle una pregunta personal?

—Adelante.

—¿Ha sufrido alguna vez un golpe emocional enorme?, y luego, cuando pensaba que podría superarlo, sigue adelante y luego... Perdón. —Lo oyó sorber algo—. Luego se las arregla para seguir adelante y justo cuando lo ha conseguido, aparece de la nada un nuevo golpe y después otro, y uno llega a un punto en el que sólo es capaz de decir, ¿qué demonios estoy haciendo? Y luego fantasea con tirarlo todo por la borda. No sólo el trabajo, sino la vida. En convertirse en uno de esos tíos de Jersey Shore que hacen sándwiches submarinos en un chiringuito o que alquilan hula hops y bicis. Así de fácil. Tirarlo por la borda. Todo.

—¿Usted?

—Constantemente. Sobre todo, en este preciso instante. —Suspiró y soltó un juramento en voz baja—. ¿Cómo van con el asunto? ¿Tienen algún sospechoso?

—Ya veremos —dijo ella, siguiendo su política de ser la única interrogadora de una entrevista—. Supongo que tiene una coartada para ayer por la noche.

—Vaya, es usted muy directa, ¿no le parece?

—Y me gustaría que usted también lo fuera. —Poché esperó, a sabiendas de los pasos de baile que tenía que seguir en esos momentos: resistir y luego presionar.

—No debería molestarme. Sé que es su trabajo, detective, pero, vamos. — Ella dejó que su frío silencio lo presionara y él se rindió—. Anoche estuve impartiendo mi clase semanal nocturna en la Universidad de la Comunidad de Westchester, en Valhalla.

—¿Tiene testigos?

—Estuve dando clase a veinticinco estudiantes de formación continua. Si hacen honor a la media, tal vez uno o dos de ellos se dieran cuenta de que estaba allí.

—¿Y después?

—A mi casa, en Tarrytown, para disfrutar de una gran noche de cerveza y Yankees-Angels en el bar de siempre.

Ella le preguntó el nombre del bar y lo apuntó.

—Una pregunta más, antes de desaparecer de su vida para siempre.

—Eso lo dudo.

—¿Los cuadros estaban asegurados?

—No. Lo estuvieron, por supuesto, pero cuando los buitres empezaron a volar en círculos, Matthew canceló la póliza. Dijo que no estaba dispuesto a seguir desembolsando una pequeña fortuna para proteger algo que acabaría cayendo en manos de los acreedores. —Ahora fue Poché la que se quedó sin palabras—. ¿Sigue ahí, detective?

—Sí. Estaba pensando en que Kimberly Starr llegará en cualquier momento. ¿Sabía ella que habían cancelado el seguro de la colección de arte?

—Sí. Kimberly lo descubrió la misma noche que Matthew le contó que había cancelado su seguro de vida. —Y añadió—: No envidio los minutos que le esperan. Buena suerte.





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Ola De Calor (Caché)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora