Después de tanto trayecto, me senté en un banco metálico de una parada de buses a descansar y oxigenar mi mente. Había recorrido un largo camino, y era necesario recargar energías para continuar. De un momento a otro, un fuerte dolor de cabeza me atacó, y un estallido que no sé de dónde provino lastimó mis tímpanos. Cerré mis ojos a causa del dolor y tapé mis oídos. El sonido siguió incrementando a grandes decibeles, y sentía la necesidad de gritar, pero algo lo impidió. Después, el sonido cesó e inmediatamente el malestar desapareció. Abrí los ojos, y me encontré en el mismo lugar, pero más sombrío, oscuro y solitario. Las tártaras de los carros estaban oxidadas y maltrechas. La ciudad lucía como un lugar sacado de una película apocalíptica. Había una gran cortina de niebla que no dejaba visualizar el camino perfectamente. Por otro lado, cenizas caían del cielo, en vez de nieve y el olor a podedumbre que se respiraba te hacía querer vomitar. Me sentí aterrada y sin ninguna dirección. ¿Qué había sucedido con todas las personas? ¿Y por qué la ciudad era un cementerio en toda su palabra? No entendía absolutamente nada, pero debía salir de este lugar.

—¿Hay alguien aquí? —pregunté albergando esperanza.

El único que respondió fue el viento.

—¡Necesito ayuda, por favor! —grité unas tres veces.

Desafortunadamente, éste era el reino del silencio. Eso significaba una cosa. Estaba sola en medio de la nada. Así que debía ir más allá de la cortina de humo y buscar por mí propia cuenta una salida a esta pesadilla.

Traspasar la barrera de humo no era una buena idea que digamos. Cada vez que daba un paso, mí ansiedad incrementaba.

Los edificios permanecían en total penumbra y silencio. No obstante, uno de ellos llamó mi atención. Aquella construcción tenía luces encendidas en su interior. Pensar que más personas como yo se refugiaban allí, me dió tranquilidad. De inmediato ingresé por la puerta, la cual estaba abierta, y observé un pasillo inmenso con puertas a cada lado. La división del edificio por dentro me resultó desesperante, pero seguía avanzando.

—¿Hola? —mi voz retumbó en el pasillo.

—Estamos aquí. Sigue al fondo —contestó alguien.

—¿Ustedes y cuántos más?—aceleré el paso.

—Lo suficiente para cuidarnos entre todos.

Cuando llegué al fondo, me detuve porque el pasillo se dividió en dos direcciones, una a la derecha y otra a la izquierda.

—¿A la derecha o a la izquierda? —volví a preguntar.

—A la izquierda —respondió ahora una voz femenina.

Sentía que el pasillo se hacía aún más largo que antes y empezaba a perder la cordura. Pero no pensaba darme por vencida. Luego, una gran puerta se asomó frente a mi.

—¿Están del otro lado de la puerta?

—Sí, aquí estamos —percibí sus voces aún más cerca.

Empujé la puerta, y me llevé una gran sorpresa. En una especie de cuarto de hospital psiquiátrico se encontraban Helen, Henry y una mujer que nunca había visto. La mujer estaba un poco histérica y evitaba contacto con mis hermanos.

—Chicos, soy yo. Harriet, su hermana —me hice notar.

Ellos ni se inmutaron. Y poco a poco se acercaban a aquella mujer que no dejaba de lanzar gritos de angustia.

—¡No se me acerquen! ¡Me causan escalofríos!

Y entendí porque aquella señora indefensa les temía. Los dos portaban cuchillos que en pocos minutos serían clavados con violencia sobre la mujer. Reaccioné de inmediato y me arrojé sobre los dos, pero caí de bruces contra el piso. Había traspasado a mis hermanos como lo había hecho con la cortina de humo, y ellos habían ejecutado su carnicería. Lo cual me produjo miedo, asco y angustia. La mujer había perdido todas sus fuerzas vitales a causa de las veces que Helen y Henry clavaron los cuchillos y un gran charco de sangre se extendió por el suelo. Luego de terminar con la mujer, giraron sus rostros y esta vez posaron la mirada en mi. Se levantaron y cada uno de ellos lamió la sangre del metal.

La próxima víctima sería yo.


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Espero que estés disfrutando la historia.

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