—¿Hasta East Side en quince minutos? Sí que fue rápida —dijo Poché. 

—No hay ninguna montaña demasiado alta —sentenció Calle. 

—Está bien —continuó Poché—. La señora Starr nos contó finalmente la verdad sobre los engaños tanto a su marido como a Barry Gable con el doctor Boy -tox. Pero eso es sólo su coartada. Investigad las grabaciones telefónicas de ella o del doctor a ver si hay alguna llamada a Miric o a Pochenko, sólo por sia caso. 

—Vale —dijeron los Roach al unísono, y se rieron.—¿Ves? No soy capaz de estar enfadado contigo —dijo Sebas.

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Aquella noche, la oscuridad estaba intentando colarse a través del húmedo aire de fuera de la comisaría en la 82 Oeste, cuando María José salió con la caja de la tienda del Metropolitan que contenía su grabado de John Singer. Calle estaba de pie en la acera. 

—Acabo de llamar a un taxi. ¿Por qué no dejas que te lleve?.

—No te preocupes, estoy bien. Y gracias de nuevo por esto, no tenías por qué.—Empezó a alejarse hacia Columbus, camino del metro que estaba cerca del Planetario—. Pero, como verás, me lo voy a quedar. Buenas noches.—Llegó a la esquina con Calle a su lado. 

—Ya que insistes en demostrar lo Valiente que eres yendo andando, por lo menos deja que te lleve eso. 

—Buenas noches, señora Calle. 

—Espera. —Ella se detuvo, pero no disimuló su impaciencia—. Venga, Pochenko aún anda suelto. Deberías llevar escolta. 

—¿Tú? ¿Y quién te protegerá a ti? Yo no. 

—Vaya, un poli que utiliza una gramática correcta como arma. Estoy obnubilada. 

—Mira, si tienes alguna duda sobre si puedo cuidar de mí misma, estaré más que encantada de hacerte una demostración. ¿Tienes tu seguro médico al día?.

—Está bien, ¿y qué pasaría si esto fuera sólo una mala excusa para ver tu apartamento? ¿Qué dirías?— Poché miró al otro lado de la calle y se volvió hacia Daniela. Sonrió y dijo: 

—Mañana te traeré algunas fotos —y cruzó por el semáforo, dejándola allí en la esquina. 

Media hora más tarde, Poché subía los escalones del Tren R en la acera de la23 Este y pudo ver cómo el barrio se sumía en la oscuridad. Manhattan finalmente había tirado la toalla y había sufrido un colapso en forma de apagón que afectaba a toda la ciudad. Al principio se sintió un extraño silencio, ya que cientos de aires acondicionados situados en las ventanas de un lado y otro de la calle se apagaron. Era como si la ciudad estuviera conteniendo el aliento. Había un poco de luz ambiente procedente de las farolas de Park Avenue South. Pero las luces de las calles y los semáforos estaban apagados, y pronto empezaron a oírse pitidos de enfado mientras los conductores neoyorquinos competían por el asfalto y por tener preferencia. Cuando dobló la esquina de su manzana, le dolían los brazos y los hombros. Dejó el grabado de Sargent en la acera y lo apoyó cuidadosamente contra un portal cercano de hierro forjado mientras abría el bolso. A medida que se había ido alejando de la avenida, la oscuridad había ido en aumento. Poché pescó sumini-Maglite y ajustó el tenue haz de luz para no pisar ningún trozo roto de pavimento ni excremento de perro. 

El espeluznante silencio empezó a dar paso a voces. Flotaban en la oscuridad desde arriba, a medida que las ventanas de los pisos se iban abriendo y ella podía oír una y otra vez las mismas palabras procedentes de diferentes edificios: «apagón» , «linterna» y «pilas» . La sobresaltó una tos cercana y enfocó con su linterna a un anciano que paseaba a su perrito faldero. 

Ola De Calor (Caché)Where stories live. Discover now