—Tiene jacuzzi —dijo Gaby emocionada acercándose para preparar el agua.

—Te hará bien relajarte un rato.

Cuando el agua estuvo lista, ambos se desnudaron para incorporarse y se abrazaron allí mientras se hacían pequeñas caricias y disfrutaban de las burbujas y las sales aromáticas.

—Gaby, deberías dejar los exámenes que faltan para los recuperatorios más adelante, no te ves bien... —dijo él.

—No te preocupes, ha sido un día difícil, pero estaré bien muy pronto.

—Mmmm... Vamos a la cama, te haré unos masajes como te prometí —dijo él levantándose y buscando una toalla para envolver a su chica con cuidado. La secó con ternura y la depositó en la cama como si fuera una muñeca.

Ella se puso boca abajo y él buscó la crema humectante que estaba en el baño con el logo del hotel, volvió y esparció el líquido blanco por su espalda, la acarició con dulzura y un poco de fuerza mientras con sus dedos aflojaba los nudos de estrés que encontraba a su paso.

—Eres muy bueno... —murmuró ella—. Podría quedarme aquí toda la vida.

Lautaro sonrió y siguió masajeando sus hombros y su espalda. Un largo rato después comenzó a bajar sus manos hasta la cintura, y luego de quedarse allí por un buen rato, bajó hasta tomar con ambas manos el trasero de su chica y amasarlo.

—Vaya... mmm... —murmuró ella un poco adormecida por la relajación.

Lautaro separó un poco sus piernas y se colocó en medio para acariciar el muslo y bajar hasta los pies, que masajeó y luego besó con ternura, pero al volver a subir, su mano se dirigió al centro de su feminidad para descubrir su humedad y, sin tardarse mucho, introdujo un dedo.

—Me estás despertando... —murmuró.

—Creo yo que estás bastante despierta —dijo él y la ayudó a voltearse para luego saborear su dedo—. ¿Te he dicho que eres deliciosa?

Gabriela se sonrojó y cubrió su rostro con la almohada.

Lautaro volvió a llenar de crema el torso de la muchacha y masajeó el cuello, los brazos, los pechos y el abdomen.

—Nunca había recibido esta clase de masaje —susurró ella con una risita divertida mientras él bajaba por sus muslos y sus piernas hasta llegar a sus pies y volver a subir.

A cada paso de su mano o sus labios la piel se le erizaba y sentía efervescencia en su interior.

—Podrás recibirlos las veces que lo desees, luego de cada concierto, cuando te sientas cansada o simplemente te apetezca —prometió.

Gabriela apartó la almohada de su rostro y sonrió.

—¿Estás lista para recibir la parte final? —inquirió él y su mirada oscura y lujuriosa le dio a ella la pauta de lo que vendría.

—Ajá... —respondió casi con la voz ahogada ante la expectación.

Lautaro tomó la almohada y la colocó bajo las nalgas de Gaby.

—¿Qué haces? —inquirió la muchacha.

—¿Alguna vez has tenido un squirt? —inquirió.

—No...

—¿Quieres probar? —preguntó él.

—¿Sabes conseguirlo? —quiso saber ella.

—No lo sé, pero me he estado instruyendo con tutoriales en internet... —admitió encogiéndose de hombros.

—¿Ah sí? ¿Y eso?

Un salto al vacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora