Hardi cerró la puerta, colocando una de las sillas pesadas que tenía contra ella y procedió a bajar el cierre del vestido, haciéndome sentir su calor corporal detrás de mi espalda.

—Eres una hermosura, maldita sea —me decía, mientras bajaba el cierre y llenaba de besos mi delicado cuello—, no sé dónde has ido, pero estoy seguro que infartaste con ese trasero que tienes a más de uno.

Ojalá hubiera sido una magnífica noche como él tanto imaginaba.

El vestido rojo cayó al suelo, dejándome únicamente con mis bragas y medias de encaje negras y los zapatos.

Cuando estaba a punto de quitarme las bragas, Hardi me paró en seco.

—No, quédate así. Quiero follarte así —me susurró, mordiéndome el lóbulo de la oreja y pegando su enorme erección contra mi trasero.

—Mierda, como te he extrañado —logré decir apenas, ya que me faltaba el aliento.

Hace cuanto tiempo no tenía contacto carnal...

—Y yo a ti, Ada.


Hardi y yo solíamos follar mucho, pero las cosas se habían nublado cuando comencé a perderme en mis negativos pensamientos, aislándome yo misma de las personas.

Cuando me di cuenta, me había levantado del suelo y me lanzó delicadamente a la cama, que no tardó en rechinar por mi peso. Era una cama barata que por cada movimiento hacía un ruido distinto e incómodo.

Desnuda bajo el cuerpo de Hardi, no tardó en empezar a penetrarme con delicadeza después de colocarse el último condón que quedaba en mi mesa de noche. Su rostro lleno de placer era todo lo que necesitaba ver, y cerré los ojos tras suprimir un gemido. No sé por qué quería ver el rostro de Max y no el de Hardi.

¿Qué demonios me estaba ocurriendo?

Cada embestida era algo brusca, algo incómoda, y cada tanto le decía que fuera un poco más considerado ya que no era una maldita muñeca inflable. Demonios, Hardi.

Apretando uno de mis muslos con sus manos y la otra uno de mis senos, estaba listo para acabar. La respiración de él comenzó a aumentar, a contraerse, empezar a maldecir. Sabía que cuando Hardi hacía eso...

—Mierda, Ada —masculló, transpirado y dejando caer su cuerpo al costado del mío, agitado y sin tomarse la molestia de retirarse el condón.

¿Tan rápido acabó?

—Yo no acabé —le recordé, en seco.

Me miró, encogiéndose de hombros.

—¿Tengo que pedirte disculpas por ello? Follar es como una carrera, Ada; el que acaba primero gana. Tú debiste esforzarte por acabar.

Lo que me faltaba...

—¿Pero qué demonios estás diciendo, Hardi? ¿Me tomas el pelo? ¡Ni siquiera estimulaste mi clítoris!

Me miró como si estuviera loca, sin entender por qué estaba reaccionando así.

—¡Pero si te he penetrado ahí!

Si hubiera tenido café en mi boca lo hubiera escupido.

—¡Toma clases de educación sexual y luego podremos acostarnos! ¡Dios mío! —me escandalicé, sin poder creer lo que había dicho.

—Ada, ¿qué te pasa? ¡Siempre la pasamos bien juntos y ahora te la das de exigente!

Caminé hacia mi pequeña cajonera para buscar uno de mis remerones largos que no tardé en colocarme encima para tapar mi desnudez.

No te enamores de Ada Gray (Libro 1 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora