Un silencio tenso llenó la habitación, con la boca de Max entreabierta y sin saber qué decir. Mi cuerpo temblaba como si hiciera frío, y el sudor en mí había bajado la temperatura.

Lo miré, destrozada.

—Entenderé si ya no quieres hablar conmigo o verme. Siempre los hijos se ponen del lado de su padre, por más horrible que sea la situación —dije, sin ánimos de nada.

Felicidades, Ada. Tu única oportunidad de tener una vida mejor había sido eliminada por tu cobardía y la desconfianza que te tienes a ti misma.

—Mi padre solía golpearme con su puño cerrado en el rostro —comenzó a decir Max, con un gran rencor saboreando sus palabras, desviando la mirada hacia algún punto del cuarto—. Y una vez fue tan fuerte el golpe que caí por las escaleras que acabas de subir. Mi madre no estaba; cuando regresó, le pidió una explicación y este culpó a la niñera, a quien despidieron de inmediato. Yo tenía trece años. Los traumas me los ha generado.

Me quedé sin palabras. Había soltado eso con tanto pesar, como si le hubiera costado hacerlo. No podía imaginar cómo Walter, su padre, podía herir a alguien como Max, quien me había demostrado que no tenía maldad pura hacia mí persona.

Volví a abrazarlo, en silencio. Era extraño estar allí, en esa habitación apenas iluminada y que olía a diversos aromatizantes para el suelo.

—Ahora entiendo por qué reaccionó así cuando te vio, Ada. Creo que no te enteraste, pero quiero avisarte que cerraron su local en esa calle, ya que todos los empleados renunciaron y ahora él está mal visto. Tiene en su totalidad cinco comercios de comida rápida; luego tiene otras empresas a su nombre con las cuales factura buen dinero. Yo soy jefe de una de ellas.

Imaginarme a Walter siendo un fracaso era la mejor sensación de satisfacción que alguien me hubiese dado. Sonreí y reí a carcajadas por dentro. Era fantástico.

—¿A qué te dedicas exactamente, Max? —le pregunté, apartándome y cambiando de tema.

No quería que supiera que era tan cariñosa y apegada cuando solía tener amigos.

—¿Y si mejor no hablamos de trabajo y nos concentramos en emborracharnos? —propuso.

—Ahora sí nos vamos entendiendo, Max.

Me dio un beso en la mejilla, y su barba poco rasurada me pinchó, provocándome una leve cosquilla en la piel. Me tomó de la mano, y salimos del cuarto. Al mismo tiempo, la madre de Max salía del baño, pero sin el joven que la acompañaba de manera deshonesta. Fue sumamente incómodo cruzar miradas con ella. Me miró mal y luego dirigió su atención a su hijo.

—Follar en el cuarto de limpieza es de lo más antiguo que se ha visto. La próxima busquen un lugar mejor —le espetó ella.

Max soltó el aliento, claramente fastidiado por su comentario tan fuera de lugar que incluso a mí me sorprendió.

—¿Qué? ¡Nosotros...!

—Créame que follar allí nunca pasa de moda, señora —lo interrumpí, entrelazando mi mano con la de él, con la intención de seguir caminando.

Ella se nos puso en frente, obstruyendo nuestro paso, molesta.

—No la quiero a ella como tu sugar baby, Maximiliano —le dijo a su hijo, en modo de protesta—. No luego de lo que me ha contado tu padre. Por culpa de esta mosca muerta, perdimos una de las sucursales más transitadas de Nueva York.

Mierda, no sabía que fuera tan sincera frente a mis narices. Esas cosas se hablaban a puertas cerradas; sin embargo, había logrado que todo mi enojo floreciera, dándome ganas de escupirle en la cara.

—¡Ella tuvo sus motivos para hacer semejante escándalo, mamá!

—¡No la quiero aquí! —le gritó la mujer, furiosa.

—Me iré y no volverá a verme la cara. Tampoco tengo ganas de estar aquí. —escupí, soltando la mano de Max para aferrar las manos a mi vestido y así irme más rápido.

Maldita casa de locos.

—¡Siempre arruinas todo, madura! —escuché que le dijo Max, furioso— Querían que trajera a una sugar baby, insistieron como bestias ¿Y ahora te rehúsas a aceptarla? Eres exasperante, mamá.

Bajé las escaleras, tomando otra copa con champagne de un mesero que pasaba ofreciéndolas, y así humedecer mi boca. Las personas continuaban ajenas al asunto, disfrutando de la música clásica que sonaba, charlas falsas y sonrisas modestias. Llegué al final de la escalera y dejé la copa vacía en una de las bandejas de plata a mi alcance.

Me dirigí a la mesa de comida porque ya estaba hambrienta, sin importarme que la gente se me quedara mirando, ya que se daban cuenta de que yo no era parte de su estúpida comunidad.

—Tienes incluso el descaro de presentarte aquí y comer de mi comida.

Me di la vuelta, encontrándome con mi peor pesadilla.

—Nos volvemos a ver, querido Walter —musité, tomando otra copa para bajar el bocadillo atorado en mi garganta.

Se acercó a mí y acercó sus asquerosos labios a mi oído, haciéndome sentir su perfume agrio y desagradable. Quise retroceder, pero la mesa que tenía detrás me detenía.

—Pedazo de puta, eso es lo que eres. Nunca llegarás a nada, arrastrada y cazafortunas. Te voy a hacer chuparme la polla...

Sin pensarlo dos veces, le lancé el champagne en el pecho, empapando su estúpido esmoquin.

—¡Ojalá te mueras, hijo de la mierda! —lloré, con la boca temblorosa.

La música se detuvo y exclamaciones y murmullos de asombro llenaron el lugar. Walter se quedó helado, mirando su pecho empapado, y la ira lo invadió al punto de que, al ver que estaba a punto de levantar la mano para abofetearme, Max se interpuso de inmediato, atajando su brazo con su enorme mano.

Max era tres veces más grande que él.

—Ni se te ocurra, papá —masculló Max, con los dientes apretados y las venas marcándole el cuello.

Walter se zafó del agarre de su hijo y lo miró, enfurecido, sin decir una palabra.

—Vámonos, Ada —sentenció Max, tomando una bandeja de bocadillos al paso y una botella cerrada de vino blanco que había sobre la mesa.

¿Llevarse la comida era necesario, Max? Ay, Dios mío.

Miré a Walter por última vez, con la barbilla levantada y una ceja arqueada, saboreando ese momento que, para mí, era un triunfo puro.

No te enamores de Ada Gray (Libro 1 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora