Dirigí la mirada hacia la puerta y grité un rotundo ¡No! al ver que la cerradura estaba destrozada por la patada que él mismo le había dado anoche.

—¡Me destrozaste la puerta!—chillé, al borde de las lágrimas—No tengo dinero para arreglarla, ahora por tu culpa me echarán del edificio.

Las ganas de llorar en ese momento eran abrumadoras.

—Sí, claro, porque creo que hubiera sido mejor tocar y decir: "Vecina, veo que estás a punto de cometer un acto horrible al intentar suicidarte. ¿Puedo pasar para evitarlo?" —rodó los ojos mientras servía con calma el tocino y los huevos en mis platos de plástico barato—. Siéntate.

A regañadientes y sintiendo que el hambre había ganado esa batalla, me senté de mala gana en la silla mientras aquel desconocido colocaba el desayuno frente a mí. Él se sentó enfrente y comenzó a desayunar en silencio.

Debo admitir que era la primera vez que veía a un hombre tan atractivo en mi casa, preparándome el desayuno.

—¿Cuál es tu nombre? —me preguntó, llevándose el vaso de jugo de naranja a los labios y mirándome con curiosidad.

—Ada Gray.

Otra persona a la que invitar a mi funeral, genial. Más gente para que no se sienta tan solitario el entierro.

Él no podía protegerme para siempre, tarde o temprano se iría de la casa y entonces podría llevar a cabo mi final.

—Nunca había escuchado un nombre como el tuyo. Interesante.

Una voz profunda y tranquila, todo lo que una chica desearía escuchar susurrado mientras hace el amor.

Asentí, sin darle demasiada importancia a su comentario positivo. Le interesaba algo tan común como mi maldito nombre. Seguro que era psicólogo.

No tardé en comenzar a desayunar y devorar todo lo que él había preparado para una tonta como yo. Tenía tanta hambre.

Disfrutando de mi desayuno, escapó de lo más profundo de mi garganta un gemido tan intenso que el hombre levantó la mirada con los ojos bien abiertos y sorprendido. Tragando su desayuno a la fuerza.

—Lo siento —me disculpé, sintiendo cómo mis mejillas se calentaban.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que comiste, Ada? —me preguntó, sorprendido y con un rostro lleno de lástima dirigida hacia mí.

—Anoche. Dos rebanadas de pizza.

—Dios mío —masculló, soltando la servilleta de papel sobre la mesa y frotándose la frente, consternado—. No puedes comer tan poco. Ahora entiendo por qué estás tan delgada, tus brazos son extremadamente flacos y tienes unas ojeras horribles.

—Eso es asunto mío. No te he echado solo porque estoy comiendo —murmuré, preguntándome por qué seguía en mi casa—. Al menos dime tu nombre. Interrumpes mi suicidio y me preparas el desayuno como si nada hubiera pasado, creo que merezco saberlo.

Sonrió a través de su servilleta, mientras se limpiaba las migas de pan en la comisura de sus labios.

—Me llamo Max. Un gusto haberte salvado la vida, Ada Gray.

Extendió su mano hacia mí, esperando un apretón. Rodé los ojos y correspondí al saludo.

—No pretendía ser salvada.

—Podrías haber cerrado las cortinas si querías suicidarte sin llamar la atención de los vecinos.

—Un detalle que se me pasó por alto —carraspeé.

No te enamores de Ada Gray (Libro 1 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)Where stories live. Discover now