—...y por favor, cuatro sodas extra grandes con papas del mismo tamaño. —me dijo aquella señora de cabello rubio despampanante y que no paraba de masticar su chicle de una manera tan ruidosa que me molestaba.

—Anotado. —le indiqué, mientras ponía un punto final en su pedido.

Cuando estaba a punto de marcharme a la cocina, la señora tuvo el descaro de tomarme de la muñeca, obligándome a que me volviera hacia ella.

—¿Te encuentras bien? Estás pálida, niña. —me dijo, mirándome con una gran lástima muy poco disimulada.

¿Cómo podía responder eso a una desconocida?

—Sí, no se preocupe. Sólo son las horas excesivas de trabajo aplastándome como un camión —me reí con brevedad para ponerle un poco de comedia a mi vida.

—¿Cuándo fue la última vez que comiste? —insistió, sin dejar de sujetarme por la muñeca.

—Hoy a las siete de la mañana.

—¡Por todos los cielos! ¿Estuviste todo el día sin comer? ¿Es que aquí no te pagan lo suficiente? —se escandalizó su marido, que estaba sentado junto a ella.

Los dos niños que parecían ser hijos de la pareja, escuchaban atentamente la conversación más incómoda de mi vida.

—Si digo mi sueldo pueden que me echen, señor. —me disculpé, sintiendo mis mejillas acaloradas.

Una mano enorme se posó sobre mi hombro y me sobresalté al sentir la presencia del señor Walter, quien se había unido descaradamente a la charla. Me aparté para que me soltara.

—¿Sucede algo con la mesera, señores? ¿Les ha molestado su servicio? —les preguntó él, con cierto tono de voz que era digno de mi humillación.

—¿Usted le permite comer a sus empleados en sus horas libres? —le preguntó el hombre, quien se había levantado de su asiento para hacerle frente a la situación.

El hombre, de cabello oscuro, llevaba un largo abrigo gris que le llegaba a las rodillas y aparentaba tener alrededor de cuarenta años. Se colocó frente a Walter, quien parecía diminuto ante la presencia imponente de aquel hombre.

Observé cómo Walter nerviosamente tragaba saliva y me lanzaba breves miradas fulminantes. Apoyé mi frente en mi mano, suplicando que eso no significara "estás despedida".

Aunque... en un par de horas me quitaría la vida, por lo que ya estaba muerta en cierto sentido.

—Nuestros empleados tienen dos horas libres para comer lo que deseen. Este entorno laboral es muy saludable, así que no se preocupe por el bienestar de nuestros empleados, que están en óptimas condiciones —declaró Walter, con una sonrisa falsa y una tranquilidad fingida.

—Descarado.

La familia y Walter se volvieron hacia mí cuando mi mente me había traicionado y había soltado esa palabra de manera inconsciente. Tragué saliva con fuerza y no sabía dónde meterme. Aunque, esa noche iba a suicidarme y no tenía nada más que perder.

—¡Esas horas no existen, estamos siendo explotados laboralmente por este señor calvo que se echa gases sobre sus hamburguesas! —me animé a gritar frente a todos y el lugar se volvió silencioso donde antes había un ruido insoportable de gente hablando—. ¡No podemos comer, no nos da una hora libre para descansar y si protestamos corres el riesgo de ser despedido! ¡Tampoco nos permite ir al baño en horario laboral! ¿Saben cuándo fue la última vez que he ido al baño? ¡Solo lo hago por las noches, cuando llego a casa, porque no nos permite hacer nada!

—¡Ahora entiendo por qué la caja de mi hamburguesa olía a flatulencia de viejo! —gritó un cliente, asqueado.

Sentí la mirada furiosa, acalorada y desesperada de mi estúpido jefe sobre mí. Retrocedí unos pasos, viendo cómo la mayoría de los clientes se marchaban del lugar y otros empleados comenzaban a insultarlo como si hubieran estado esperando el momento.

No te enamores de Ada Gray (Libro 1 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)Where stories live. Discover now