Mi cara está cambiando, los ojos se arrastran, la boca se resbala, los párpados se engrosan y acomodan dando margen a una mirada que no es mía, la frente se delimita en espacios convexos.
Constantemente se transforman, trasmutan y cambian de sitio la nariz y los ojos.
Ayer creí que ambas orejas acabarían de mi lado izquierdo.
Al inicio de todo esto, cómo era lógico, no le di la importancia debida, por las mañanas, notaba los pómulos más prominentes, los dientes anchos, otras veces la piel en un tono diferente al que siempre he llevado, se volvía oscuro denso, nocturno.
Algunas veces, no reconocía la barba que afeitaba, ni la piel en la que ésta crecía.
Ayer por la tarde, al acercarse mi esposa, dudó un poco al decirme lo que necesitaba que yo escuchara, se detuvo un par de segundos para reconocer a mi persona en otro rostro, y me sentí a salvo de nada, no sé porque; sin embargo decidí vivir esa tarde pensando en que mi faz permanecía como debería, como siempre.
Pero hoy dejaré de huir de la realidad. Ya no soy yo, los ojos pequeños, la nariz abultada, el cuello tenso, las mejillas itinerantes.
Y esta transformación sigue ¿Cómo seré mañana? ¿Cómo seré luego?
Mis hijos están empezando a notarlo, me miran con insistencia durante nuestras apresuradas entrevistas vespertinas.
Ayer, veían mi rostro de complexión granulada, flácida, las orejillas perversamente empequeñecidas y una frente despojada del cabello entrecano de antes.
Preguntaban al azar, cuestionamientos vagos, sin forma, sólo por hacerlo, por constatar que mi voz, aún guardaba algunas esquinas de mi timbre natural, de mis ideas con las que siempre me han identificado.
Mi hijo menor no quiso hablar, sólo escuchaba con cierta renuencia de asimilar lo de mi cambiante faz, él le lanzaba bocadillos al perrito que le regalé hace poco, con tal tino, que el pequeño cachorro, no fallaba en atrapar con su hocico cada una de las pequeñas partes del pan que le eran lanzados. Primero enfocaba el bocadillo, y aguzaba las orejas, luego en rápidos movimientos, despegaba sus patas delanteras del piso para ayudarse en el impulso de acortar la trayectoria de la migaja de pan y su innata necesidad de comer.
Yo lo veía con atención y adivinaba sus movimientos un segundo antes de que los ejecutase, que locura la de aquel dúo, niño y perro divirtiéndose con mendrugos de pan, quisiera que me lanzaran también algo para atraparlo, esperar ansioso el momento de tragar, sin siquiera tomarle sabor, sólo saber que eso me garantiza este instante de vida.
Los perros no tienen estas preocupaciones de resolver las rutinas, ellos sólo viven un momento para dejar atrás al anterior, sólo vivir, sólo respirar, y alimentarse, no trasmutan, no cambian facciones.
Me detengo de mis cavilaciones en este instante, para sentir mi nariz, pareciera que se me resbalara, que corriese y en el trayecto se minimizaran sus huesos plásticos y dieran forma a otra forma, mis pómulos se escarchan y convergen, la piel se contrae, y en lo tocante a los labios, estos empiezan a abotagarse.
Ahora, me encuentro frente al espejo mirando mi distorsión facial, mi cambio constante e imparable.
Entonces, contemplo a mis anteojos, con su estructura fuerte, incorrupta, sólida.
Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
Mis anteojos de siempre, color café es su armazón, los cristales bifocales, son parte de mí, como lo era mi cara, me los coloco, detengo las orejas que se mueven, ahora la cara que poseo no es la que yo recuerdo que tenía, casi soy otro, casi, puesto que mis anteojos, me gritan realmente quien soy y como ha sido mi historia.
