22: Para escribir 🌊

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—Hola —Micaela fue la primera en bajar. Acunaba varias mantas sobre sus brazos, además de una camiseta bien doblada—. Perdona que no te haya respondido antes, pero...

—No te preocupes. Has reaccionado como cualquier otro en tu lugar.

Micaela soltó una risita antes de entregarme la pila de mantas. Había más de diez y pesaban una barbaridad: —También he bajado esto por si quieres ponerte cómodo.

Recibí la camiseta con un gesto amable.

—Debió ser difícil enfrentarte a... —paró en seco—. Quiero decir que será muy difícil enfrentarte a esto tan de repente.

—Te lo ha contado —afirmé haciendo una línea recta con mis labios. Anabel era más cotilla que mi abuela—. Da igual, pero no se lo digas a nadie. No quiero que a mi madre le dé un infarto.

—No diré nada —dijo con simpleza—. Aunque no sé si me tomaron el pelo. Anabel ha tratado de ponerme al día, pero me ha parecido estar viendo un culebrón de Atresmedia.

Esbocé una sonrisa y respondí: —Me temo que es cierto.

De ese modo, quedamos inmersos en un lúgubre y oscuro silencio. Podía escuchar las ráfagas de viento, el crujir de la madera, ventanas aporreadas, e incluso la conversación de los insectos.

—¿Cuál es el plan? —preguntó por compromiso—. En fin, tendrás un plan ¿no?

Liberé una gran cantidad de aire deseando que mi respuesta sirviese para matar el aburrimiento. —Dylan va a ayudarme, y por ahora tengo mis propios ahorros. Supongo que puedo tirar con eso hasta que encuentre trabajo.

—Eso no es un plan, como mucho será un deseo. Y lo que en realidad deberías preguntarte es qué pretendes de todo esto.

—Eso sí que lo sé.

—¿Y es?

—Que mi familia no sea tan cerrada —la miré y dudé—. ¿Está bien?

—Eso es cosa tuya —Micaela se tapó la boca tratando de apresar una carcajada.

—Es que me ha parecido que no estabas de acuerdo —me justifiqué avergonzado—. Pero creo que es eso.

—Vale, pero ¿te puedo decir lo que pienso? —Me quedé callado, así que lo interpretó como una bandera blanca para continuar—. No es inteligente que te vayas así. Independizarse es algo serio incluso para quienes tienen ingresos estables.

Ninguno de los dos dijo una sola palabra.

—Realmente vas a huir de casa —proclamó al no descubrir ni un ápice de vacilación—. Al menos tendrás una historia romántica que contarles a tus nietos.

—¿Qué? No es... Yo no. Lula ni siquiera... —balbuceé para gracia de Micaela.

Ahora sí que era un memo incapaz de formular frases completas.

—¿Puedo hacerte una pregunta sin que te enfades? —Acomodó sus piernas e inclinó su cuerpo en mi dirección— ¿Qué pasa si ella lo elige a él, y solo a él?, ¿te arrepentirías de esto?

La miré, sus ojos lucían inquietos y atormentados.

No respondí al instante pues supe que se refería a ella misma. Quería saber si aún le guardaba rencor, y la verdad era que no.

—Si ella me dijese que lo ama, solo a él, supongo que estaría decepcionado, pero no me arrepentiría. No sé, creo que es tonto arrepentirse de algo que te hizo feliz en su momento. Y si te refieres a lo de irme de casa, menos aún. De hecho, esto no pasó por Lula.

Tres es la medidaWhere stories live. Discover now