Capítulo II

909 130 128
                                    

    Los tres se quedaron dormidos casi todo el viaje, sin darse cuenta. La mente de Charles comenzó a divagar por los inmensos páramos de su inconsciente, sin dejar rastro de algún sueño, pero dándole un escalofrío por lo desconocido.

    Su madre se despertó antes que sus hijos y cuando faltaban alrededor de dos millas para llegar al palacio, los obligó a levantarse de sus profundos sueños para estirar un poco las piernas y arreglarse antes de arribar a la mansión.

    El cochero abrió la puerta del vehículo y ayudó a que los tres bajaran al húmero suelo de las afueras de Canterbury. Estiraron las piernas, acomodaron sus trajes y Sharon le trenzó y arregló el cabello a su hija, ya que por culpa de su siesta, éste estaba todo enmarañado.

    Con los ojos aun adormilados, pero el cabello rubio bien trenzado y el sombrero de viaje elegantemente colocado, Raven subió al carruaje seguido por su hermano, quien comentaba sobre lo despejado y caluroso del día, algo poco común en Inglaterra.

    —Se debe al lugar— contestó Sharon, cuando el carro arrancó—. En Canterbury siempre hace mejor clima que en Londres, los días son más cálidos, las noches más frescas y el cielo más azul.

    El segundo tramo fue corto, al punto de que, pocos minutos luego de comenzarlo, pudieron deslumbrar la gran estructura de piedra y mármol que se alzaba en el paisaje casi que por arte de magia, llamando la atención de los tres individuos.

    —Ahí está, mis niños, la famosa mansión "Herrlicher Lehnsherr".

    —¿Y eso que significa?— cuestionó Raven.

    —Glorioso Lehnsherr.

    Su nombre no era ambicioso, la estructura era gloriosa en su máximo esplendor. Con paredes  blancas, ventanas enormes y una escalera altísima, podía confundirse con un castillo, pero no de esos que se leen en las novelas, custodiado por cocodrilos o dragones, sino que estaba rodeado por un enorme jardín muy bien cuidado, con flores, fuentes, un pequeño lago y hasta un camino que debía rodearlo todo.

    Cuando los Xavier arribaron, vieron al instante a una pareja bajar de la mano por las grandes y pulcras escaleras: el cabello de él era castaño claro y el de ella de un pelirrojo avejentado, que lo hacía tirar hacia el marrón.

    Sharon sonrió ampliamente al verlos, con una felicidad que Charles veía poco en el rostro de su madre y que lo inundó a él mismo de alegría.

    —Sharon Xavier— dijo el hombre, con voz fuerte pero tranquila, al llegar abajo.

    —Jakob y Edie— contestó la nombrada, adelantándose a sus hijos para estrecharle la mano a ambos, de manera formal pero cálida.

    —¿Y debemos suponer que esos jóvenes de atrás son tus pequeños hijos?— dijo el señor Lehnsherr para llamar la atención del dúo.

    —Así es, Charles y Raven— los nombrados se acercaron a su madre, uno de cada lado, e hicieron una reverencia hacia los señores.

    —Ver que de pequeños ya no tener nada— el tono de la mujer era mucho más cerrado y tosco que el de su esposo, además de que se le dificultaban los verbos, pero su sonrisa era indiscutiblemente más cálida— ¿Pero que hacemos aquí afuera? Entremos así poder organizarse, además, venir lluvia.

    Mientras avanzaban, con los Lehnsherr delante, Charles se dedicó a mirar cada pequeño detalle que su cerebro lograba absorber, hipnotizado por la belleza del lugar. Todo era cálido, como mirado desde un lente romántico que le permitía estar tranquilo y en paz, sintiendo que el tiempo no existía y podía hacer lo que quisiera, aunque sus ambiciones desaparecían con solo darle una mirada rápida al lugar.

Orgullo, Prejuicio y MutantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora