—Ruiz, soy yo. —Inclinó la cabeza hacia Calle y su voz sonó enérgica y formal, para que ella no se perdiera su intención, aunque rebosara de mensajes subliminales—. Quiero que investigues al tío de las finanzas de Matthew Starr. Se llama Noah Paxton. Sólo a ver qué aparece: condenas, arrestos, lo de siempre. 

Cuando colgó, Calle la miró divertida. Eso no iba a llevar a ningún sitio que le gustara, pero tuvo que decirlo:—¿Qué pasa? —Calle no respondió—. ¿Qué?.

—Olvidaste pedirle que se enterara de qué colonia usa Paxton. —Y abrió una revista y se puso a leer. El agente Ruiz levantó la vista del ordenador cuando Calle y Poché entraron en la oficina abierta. 

—El tío ese que querías que investigara, ¿Noah Paxton?.

—¿Sí? ¿Has encontrado algo?.

—Aún no. Pero acaba de llamarte.— Poché evitó la mirada burlona que le dirigía Calle y echó un vistazo al montón de mensajes que tenía sobre la mesa. El de Noah Paxton estaba arriba de todo. No lo cogió. En vez de eso le preguntó a Ruiz si Villalobos había llegado. Estaba vigilando a Kimberly Starr. La viuda estaba pasando la tarde en Bergdorf Goodman. 

—Dicen que ir de compras es un bálsamo para los afligidos —señaló Calle—.O tal vez la feliz viuda esté devolviendo algunos modelitos de diseño para conseguir algo de dinero.

Cuando Calle desapareció en el baño, Poché marcó el número de Noah Paxton. No tenía nada que ocultarle a Calle, simplemente no quería tratos con sus burlas de preadolescente. Ni ver esa sonrisa que la hacía derretirse. Maldijo al alcalde por la deuda que había hecho que ella tuviera que soportarla. Paxton contestó y le dijo que había encontrado los documentos del seguro de vida que quería ver. 

—Bien, enviaré a alguien a buscarlos. 

—También he recibido la visita de esos contables forenses de los que me habló. Copiaron todos mis archivos y se fueron. Usted no bromeaba. 

—Son los dólares de sus impuestos en acción. —No pudo resistirse a añadir—:¿Paga sus impuestos?.

—Sí, aunque no es necesario que se fíe de mí. Sus censores jurados de cuentas con placas y pistolas parecen capaces de informarla. 

—Cuente con ello. 

—Escuche, sé que no me he mostrado demasiado abierto a cooperar. 

—Lo ha hecho bastante bien. Después de que lo amenazara. 

—Me gustaría pedirle disculpas. Al parecer, no llevo bien el dolor. 

—No sería el primero, Noah —dijo Poché—, créame. 

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Esa noche se sentó sola en la fila central del cine, riendo y engullendo palomitas. María José estaba hechizada, enfrascada en una inocente historia y embelesada por la maravillosa animación digital. Se dejó llevar como si fuera una casa atada a un millar de globos. Sólo noventa minutos después, volvió a soportar de nuevo su carga mientras volvía a casa atontada por la ola de calor, que hacía que ascendieran desagradables olores por las rejillas del metro e, incluso en la oscuridad, dejaba sentir el calor acumulado durante el día que irradiaban los edificios al pasar al lado de ellos. En momentos como ése, sin el trabajo para esconderse, sin las artes marciales para tranquilizarse, siempre le volvían aquellas imágenes a la cabeza. Ya habían pasado diez años, pero seguía siendo la semana pasada y la noche pasada y todas ellas entretejidas. El tiempo no importaba. Nunca lo hacía cuando volvía a revivir « la Noche» .Eran las primeras vacaciones universitarias de Acción de Gracias desde que sus padres se habían divorciado. Poché se había pasado el día de compras con su madre, una tradición de la tarde anterior a Acción de Gracias transformada en una misión sagrada por la nueva soltería de su progenitora. Había una hija decidida a tener, si no el mejor día de Acción de Gracias de su vida, al menos uno lo más parecido posible a lo normal, a pesar de la silla vacía en la cabecera de la mesa y los fantasmas de tiempos más felices. Aquella noche, ambas se encerraron como siempre hacían en la cocina del apartamento tamaño Nueva York para hacer tartas para el día siguiente. Manejando el rodillo para estirar la masa congelada, Poché defendía su deseo de cambiarse de inglés a teatro. ¿Dónde estaba la canela en rama? ¿Cómo se podían haber olvidado de la canela en rama? Su madre nunca usaba canela molida en las tartas de los días de fiesta. Rallaba ella misma un palito, y ¿Cómo podían haberlo pasado por alto en su lista? Poché se sintió como si le hubiera tocado la lotería cuando encontró un tarro de ellos en el pasillo de las especias de Morton Williams en Park Avenue South. Para asegurarse, cogió el móvil y llamó a su casa. Sonó y sonó. Cuando saltó el contestador, se dijo que quizá su madre no oía el teléfono con el ruido de la batidora. Pero luego contestó. Se disculpó con los chirridos del contestador de fondo, se estaba limpiando la mantequilla de las manos. Poché odiaba la aguda reverberación del contestador, pero su madre nunca sabía cómo apagar ese maldito trasto sin desconectarlo. Estaban a punto de cerrar, ¿necesitaba algo más del súper? Esperó mientras su madre iba con el teléfono inalámbrico a ver si había leche condensada.

Entonces Poché oyó el ruido de cristales rotos. Y los gritos de su madre. Se le aflojaron las rodillas y llamó a su madre. La gente que estaba en las cajas volvió la cabeza. Otro grito. Mientras oía caerse el teléfono al otro lado de la línea, Poché dejó caer el tarro de canela en rama y corrió hacia la puerta. Mierda, era la puerta de entrada. La abrió a la fuerza y se precipitó hacia la calle, donde casi la atropella un repartidor con su bicicleta. Dos manzanas de distancia. Mantenía el teléfono móvil pegado a la oreja mientras corría, rogándole a su madre que dijera algo, que cogiera el teléfono, que dijera qué había pasado. Oyó una voz masculina como en medio de un forcejeo. Los gemidos de su madre y cómo su cuerpo se desplomaba cerca del teléfono. Un sonido de algo metálico rebotando en el suelo de la cocina. Sólo una manzana más. Un repiqueteo de botellas en la puerta de la nevera. El ruido de una lata al abrirse. Pasos. Silencio. Y luego, el débil y apagado gemido de su madre. Y a continuación sólo un susurro. «Poché...» .

Ola De Calor (Caché)Where stories live. Discover now