El último arcángel

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El despertar fue glorioso.

En las manos del creador la luz se desdoblaba en muchos colores y la vida se mecía entre sus dedos. De la transfiguración de la luz y en medio de chispas violetas brotaron primero un par de alas, protuberancias de banco inmaculado y que se dividieron en cuestión de segundos. El primer par dio origen a un segundo y tercero, el plumaje se desprendió con el resplandor de las estrellas y poco a poco los haces de luz crearon brazos, manos, cabeza y ojos. Hubo una forma primordial que solo los ángeles vieron escondida en cada uno de sus hermanos, al ojo del hombre, esta silueta fue invisible ya que ninguna mente mortal podría contemplarla sin perder la cordura.

-Bienvenido, hijo mío- dijo la Creadora quien era madre ya de legiones enteras de ángeles, recorrió con su cálida mano el rostro del recién nacido. Para los estándares del cielo estaba completo, no necesitó de más cuidados o instrucciones, el soplo de vida llenó el pecho del ángel y de inmediato se instauró en él conocimiento, deberes y amor.

El amor fue la emoción más fuerte de todas, el eco dominante. El recién llegado no necesitó conocer a sus hermanos para amarlos y ese mismo amor lo hizo admirar la plenitud de un espacio sin fronteras donde otros de su misma índole lo miraron. Ellos lo amaban también y el ángel se sintió feliz por eso. No abandonó de inmediato las manos de su madre quien lo sostuvo para que todos admiraran su más reciente creación.

No era su obra maestra, pero a él le dio un rasgo que ningún otro ángel tendría el placer de tener, el destello violeta de la propia mirada del Creador. Ni siquiera el hijo predilecto tuvo la honra de compartir aquella mirada.

-Denle la bienvenida al último de su clase- todos miraron con asombro y hubo uno entre las legiones que suspiró atrapado entre pensamientos de chispas de colores. –Mi arcángel Gabriel.

La melodía para recibirlo inundó el espacio y entre abrazos y risas, el nuevo ángel se unió a sus hermanos. Desde la lejanía, un ángel rodeado de mariposas miró por más tiempo al recién nacido, su suspiro se fundió entre las notas y sus labios repitieron con alegría el nombre más dulce que se había pronunciado desde el origen del universo.

-Gabriel.

*+*

El Concilio Oscuro era un dolor de cabeza.

Gabriel llevaba sentado dos horas en lo que consideraba el trono más incómodo de la creación y ninguno de los problemas expuestos se había solucionado. Cada que algún miembro ofrecía un consejo prudente o una solución benéfica, alguien más gritaba para oponerse. Para ese punto, al menos una docena de demonios había sido lanzada fuera de la Sala de Juntas y uno de los jueces estaba dormitando.

-No es nuestra culpa que no haya entretenimiento por aquí- dijo uno de los nuevos líderes de revuelta, otros más afirmaron. –Desde la coronación no hay nada nuevo por aquí, ni siquiera se nos permitió ver la ejecución de Amón.

Gabriel trató de no mostrarse perturbado al escuchar ese nombre, se corría el rumor de que la nueva reina había sido la encargada de dar fin a la miserable existencia del ex príncipe y muchas lenguas afirmaban que no fue una muerte tranquila sino plagada de dolor. Para Gabriel, imaginar a Michael ejerciendo torturas era inimaginable, pero al pasar del tiempo se dio cuenta de que aquella Michael era una completa desconocida para él. La reina de los infiernos era descrita por aquellos que la miraban como una fría estatua de piedra, pero cuyos ojos se iluminaban cuando su rey daba la sentencia. Desde el día de la coronación, Gabriel podría decir que el tiempo ejerció cambios como si se tratara de cuestión de siglos.

A la izquierda del arcángel, Asmodeus bostezó, no le quedaba más que mantener un perfil bajo cuando Lucifer le hizo una visita personal y le ofreció una casa más grande por sus servicios. Su nueva morada incluía más guardias, más papeleo y menos visitas del Príncipe Favorito.

PURGATORIUM  (Ineffable Bureaucracy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora