EXTRA: El regalo de Leah.

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(Leah)

Abrí los ojos desmesurados presa de la decepción, la incredulidad y la ira.

No era posible, estaba viendo mal.

—¡No puedo creer que me hayas hecho algo así!—chillé, iracunda.— ¡Yo confiaba en ti, Alex! ¡Todo esto es tu culpa!

Caminé dando zancadas, la furia corroyéndome mientras andaba hacia él.

Esperaba que al menos tuviera la decencia de encararme y confrontarlo.

—¡Henry Alexander Benedict Percival Colbourn!—recité su nombre como una maldición, el enojo borboteando bajo mi piel e impulsándome más allá del pasillo que llevaba a la sala de estar, donde seguramente se encontraría.— ¡¿Cómo te atreves a hacerme eso?!

No podía creerlo, mucho menos asimilarlo. Jamás pensé que algo así sucedería, ni que él fuese capaz de consentirlo, o de participar en su realización incluso.

Era un traidor, y no iba a perdonarlo por ello. No, jamás.

Tenía mis límites y él claramente los había traspasado con sus acciones.

Me miró enarcando una ceja apenas lo enfrenté, el idiota luchando por contener la sonrisa que amenazaba con surcar sus labios. Deseé tener la capacidad de incinerarlo vivo, porque se lo merecía.

Se lo merecía después de lo que había hecho.

—¿Cómo pudiste hacerme algo así?—mascullé con la voz tensa por el enojo, haciendo aspavientos.

—¿Cómo, dices?—frunció un poco los labios, como si pensara en la respuesta.— Fue muy simple, de hecho, y placentero, debo admitir. Solo necesité veinte minutos de persuasión, una cama y... ¿o fue sobre el sillón?

—¡Eres un cínico! ¡Cómo te atreviste!—chillé, mi estómago ardiendo y mi sangre bullendo.— ¡Yo confiaba en ti! Fui tan estúpida por hacerlo.

Soltó una risita por fin, haciéndome sentir peor.

—¿Por qué lo hiciste?—cuestioné pasándome las manos por el cabello para intentar ralentizar mis vertiginosas emociones.

—Porque tú lo permitiste.

—¡Yo no...!

—Lo quisiste, incluso.

Abrí la boca, indignada con su descaro.

—¿Crees que yo querría lucir así?—señalé mi vientre, estaba tan abultado que apenas podía caminar propiamente.— ¡Mírame! ¡Soy Gloria, el hipopótamo de Madagascar!

Soltó una carcajada que hizo sacudir sus hombros y echar su cabeza hacia atrás. El gesto aminoró mi enojo un poco, solo un poquito.

Maldito Alexander Colbourn y su facilidad para distraerme.

—Pues bienvenida a Londres, Gloria.

Le di un empujón, provocando que soltara otra risotada.

—¡No es gracioso!—volví a chillar.— Soy un jodido balón con piernas.

—Unas piernas divinas, hay que reconocer.

Lo acribillé con la mirada y su sonrisa se ensanchó al tiempo que tomaba un paso más cerca, sus manos acariciando mi hinchado vientre.

Solté el aire, abatida.

—No tengo nada qué ponerme. Todo me queda mal por tu culpa y de este pequeño demonio—pinché mi estómago con aprensión.—Saldrá corriendo de ahí en cualquier momento.

Irresistible Error. [+18] ✔(PRÓXIMAMENTE EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora