O c h o .

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21 de octubre de 2018

Era por la mañana y yo me dedicaba a practicar mentalmente la coreografía del certamen de patinaje, en la soledad de mi habitación. Lo hacía con mis cascos puestos y una música relajada de fondo, mientras pintaba las uñas de mis manos. Las había descuidado mucho esos últimos días, pero esa mañana decidí que sería una buena distracción. Y necesitaba eso precisamente: distraerme. Alejarme un rato de todo, incluso de mí misma.

El día anterior apenas había pisado mi casa. Después de pasar lo que me pareció una eternidad llorando en los brazos de Jake, le dije que necesitaba un tiempo a solas. En realidad eso era lo último que necesitaba, pero no quería que me viera tan frágil durante más tiempo. Solo quería desaparecer durante un par de horas. Quizá más.

Llamé a mi madre, quien me colgó en seguida, ya que se encontraba con su hermana —mi tía, con la que apenas hablo— y hacía tiempo que no se veían. Sabiendo que no estaba en su apartamento, decidí ocuparlo yo. Pase el día allí y, para cuando me marché, mi madre aún no había regresado. He de decir que eso fue un alivio. Ella era la última persona a la que acudiría en mis peores días. Tenía un don innato para hacerme creer que todo lo malo que me pasaba se debía a mi actitud inmadura y pesimista.

Miré mis uñas una vez terminé de pasarles la segunda capa de pintura. Eran largas y ovaladas, y ahora de un color rojo apagado muy otoñal.

Mis manos siempre me habían gustado, incluso de pequeña, cuando parecía imposible que algo en mi apariencia pudiese provocarme algo que no fueran arcadas. Mis dedos no eran precisamente finos, pero sí alargados, y mi piel era tersa y uniforme.

Alguien llamó a mi puerta mientras las contemplaba. No dije nada, pero la puerta se abrió igualmente. Detrás de ella, mi padre lucía serio. Tenía los ojos castaños apagados y el cansancio se leía en cada arruga de su rostro. La barba desarreglada decoraba su mandíbula.

—Emily —me llamó —. Vamos a hablar.

Avanzó hasta mi cama y se sentó en una esquina con mucho cuidado. Acababa de guardar mis botes de pintauñas, pero seguían esparcidos por la cama y rodaron hacia él en cuanto el colchón se hundió por su peso.

Lo miré sin saber qué decir, esperando que supiese leer en mi rostro todo lo que callaba, y a la vez deseando que no lo hiciese.

—¿Qué te pasa, cariño?

—Nada. —Mantuve el contacto visual y mi voz suave. Había aprendido que la gente te creía con más facilidad si les hablabas de esa forma.

No obstante, y para mi desgracia, mi padre me conocía demasiado bien.

—Desde el viernes pareces un fantasma —señaló.

Me siento como uno, huyendo entre todos los otros fantasmas que me persiguen.

—No es nada, en serio. Es una tontería, no quiero que te arruine el buen humor —murmuré —. Ya lo estropeé lo suficiente durante la cena del viernes.

Mi padre resopló con cariño.

—Fue una estupidez por mi parte no decirte nada. No quería que le dieras demasiadas vueltas. Pensé que lo llevarías mejor si no te daba tiempo a pensar en el periodo de tu vida que compartes con Jessica —se lamentó —. Lo siento mucho, Emily.

Lo decía de verdad; desde lo más profundo de su corazón, y eso era lo que más me dolía. Su culpa era tan grande como la mía. De él la había heredado, eso no lo dudaba nadie.

¿Qué derecho tenía yo para hacerle sentir así por estar enamorado de la madre de Jessica? Uno no escoge de quién se enamora. Ni tampoco a quién odiar, por desgracia. Y yo había descubierto que seguía odiando a Jessica, incluso después de todos estos años. Eso decía mucho de mí..., pero es que aún no estaba preparada para perdonar, y mucho menos para olvidar.

Emily & Jake ✔️Where stories live. Discover now