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3 de octubre de 2018

Mientras esperábamos a que la siguiente clase comenzara, Jake, Ethan, Sam, Mark y yo estábamos sentados en la cafetería del instituto. Mark era prácticamente adicto al café y tenía la costumbre de beberlo tanto por la mañana como después de comer. Normalmente se traía su propio termo de casa, pero ese día se lo había dejado y su única alternativa era recurrir al que vendían en la escuela.

—Se han pasado tres pueblos con el precio del café —se quejó una vez nos sentamos junto a una de las mesas de la cafetería. Nuestra escuela estaba recién renovada y los asientos que habían por todo el edificio eran realmente cómodos. En la cafetería, concretamente, habían hasta sofás que, aunque no eran tan cómodos como los del Starbucks, si te permitían disfrutar de un ambiente parecido al de allí —. ¡Somos estudiantes, no los hijos de Kim Kardashian! Si me tuviera que gastar un dólar y medio cada día me arruinaría en seguida.

—Se aprovechan de tu adicción —dijo Jake entre risas mientras abría su bolsa de patatas fritas y se llevaba una a la boca. Después le ofreció una a Ethan y, cuándo este tomó una, nos pasó la bolsa al resto.

—Si no tuviera que despertarme a las seis de la mañana para venir aquí a pasarme el día estudiando, no necesitaría beber tanto café. Es prácticamente una conspiración.

—Lo habrías bebido de todas formas. —Samantha, quién estaba cobijada en los brazos de Mark, le dio un beso en la mejilla.

—He dicho que no bebería tanto, no que dejaría de tomarlo por completo.

Personalmente, lo entendía. Como la estudiante que era, yo también bebía café a diario. Quizá no tanto como Mark o mi padre, quien compartía la adicción del primero, pero sí tomaba uno todas las mañanas entre semana.

—Habría sido peor que no te gustara el café. Serías como yo a los quince años: sobrevivirías a base de bebidas energéticas cargadas de azúcar y diabetes —señaló Jake.

—Nunca nos habías hablado de ese periodo tuyo —dije.

—Es que ni siquiera fue un periodo —explicó Ethan —. Fueron un par de semanas. Teníamos bastantes exámenes y Jake se negaba a sacrificar sus horas de juego para estudiar, así que se le ocurrió la genial idea de dormir solo unas cinco horas diarias y beber bebidas energéticas para mantenerse despierto.

El aludido se encogió de hombros, como si no tuviera importancia.

—Aprobé todas y sigo vivo —se excusó —. No me arrepiento de nada.

—Sí, has llegado hasta los diecisiete sin diabetes ni infartos. Felicidades —ironizó su amigo divertido.

—Gracias, gracias. Pero que sepas que estoy más cerca de los dieciocho que de los diecisiete.

—Pues claro que lo sé. ¿Te recuerdo quién te ha ayudado a preparar tu fiesta?

—No hace falta que me lo recuerdes, lo conozco bien. Es un tipo de ojos grises con alma de pintor que babea por mi hermana —contraatacó. Ethan puso los ojos en blanco y le quitó bruscamente la bolsa de patatas —. Oye, devuélveme eso. No he dicho nada que no sea verdad.

—Deja ya el tema de Kate —le ordenó Ethan suavemente —. Va a terminar mal como sigas presionándome.

—No te estoy presionando. Te estoy dando un empujón. No me he entrometido hasta ahora, eso tienes que reconocérmelo.

—Pues podrías seguir como antes. Todo era más sencillo cuando no te entrometías.

—Ethan, cielo —le dio una palmada en el hombro a su amigo —, estás ciego si piensas que es mi culpa que no sepáis mantener vuestros pantalones en su sitio. Lo que pasa es que ambos sois mayorcitos ya y vuestras hormonas están revolucionadas. Además, creo que ambos empezáis a daros cuenta de que no vais a poder jugar al tira y afloja por siempre. En el momento en el que uno decida dejar de participar, el juego se ha acabado.

Emily & Jake ✔️Where stories live. Discover now