Desconfianza

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—¿De qué hablas? —Hydna miraba a su hija desconcertada. En pose desafiante, y con la autoridad que siempre la distinguió, dio un paso al frente irguiendo su cuello tanto como le era posible. La luz de la luna llena iluminó su endurecido rostro resaltando una cicatriz en su pómulo derecho.

—Quién hubiera dicho que alguien sería capaz de cortarle el rostro a la gran reina Hydna —se burló.

En efecto, Hydna era una reina sabia y poderosa, su reino estaba más allá de las montañas del norte. Entre el reino de los Demonios Negros, llamado Aria y el reino de los Dragones, Drego, se alzaba triunfante Orien, el reino de los Dioses.

Sin embargo, Hydna, al igual que los reyes que la precedieron, no había llegado al trono por herencia. Al final de cada año solar, los dioses organizaban un torneo entre los más fuertes del reino, aquel que ganara el torneo tenía derecho a desafiar, si así lo quería, al rey vigente y, en caso de matarlo, podía quedarse con el trono. Si el rey fallecía antes del torneo, sus hijos tomaban el trono hasta el final de ese año. Si vencían al campeón del torneo, lo conservaban.

Durante más de seis siglos, Hydna había sido desafiada por los ganadores de aquel torneo, pero hasta entonces siempre había salido sin un rasguño, mientras que sus contrincantes eran derrotados sin piedad.

—No intentes cambiar el tema, Mavia. Tu razón de existir es evitar el regreso de los Titanes. Esto, definitivamente, es asunto tuyo.

—Sí, no lo creo —le respondió. Su pequeño acompañante peludo se restregó en su pierna nuevamente, Mavia lo alzó en brazos y comenzó a acariciar su cabeza.

—¡¿Acaso perdiste la razón?! —gritó Hydna, más furiosa a cada segundo.

Mavia la ignoró y con su amiguito todavía en brazos se dirigió a buscarle algo de comer. Aquella actitud arrogante enfureció aún más a la reina quien, por supuesto, no estaba acostumbrada a que la desafiaran. Sin pensarlo dos veces y atrapada en su enojo, agitó su mano violentamente. Haciendo uso de sus místicas habilidades, arranco al pequeño animal de los brazos de Mavia y lo hizo flotar hasta su mano. Sujetando al pequeño de la nuca miró a su hija fríamente, como si la amenazara y desafiara a la vez. Ella no reaccionó.

—Vas a hacer lo que te digo, te guste o no, niña.

—¡Ay, madre! —exclamó en un suspiro y moviendo la cabeza de un lado a otro. Hydna soltó al animal, el cual corrió espantado a refugiarse detrás de su ama.

—Bien, vamos. Tenemos mucho que hacer y muy poco tiempo.

—¿Eres sorda o te falla la cabeza? —A esas alturas la paciencia de Mavia estaba en cero. Quería que su madre la dejara en paz por las buenas o por las malas.

—¿Cómo te atreves? Niña insolente. —Hydna intentó alzar su brazo para golpearla, pero Mavia golpeó primero, tan fuerte que la arrojó fuera de la cabaña. La reina quedó estrellada contra un árbol.

Hydna intentó incorporarse y responder el ataque, pero para cuando levantó la vista, Mavia ya había apoyado la espada en su garganta.

—No eres mi reina, los considero a ti y a todo tu reino como mis enemigos. Esta es mi última advertencia, Hydna, si te vuelvo a ver voy a cortarte la cabeza y luego haré arder Orien hasta que no quede ni su recuerdo. —Hydna la miró a los ojos, Mavia ya no era aquella niña ingenua que alguna vez pudo controlar, en sus ojos había furia, odio y rencor hacia su madre y hacia todos los que la traicionaron. Aún después de trescientos años, no había olvidado ni perdonado, todavía soñaba con la venganza. Pensando que había dejado las cosas claras, se retiró a la cabaña.

La Maldición de las SombrasWhere stories live. Discover now