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Aurora se había lanzado nuevamente contra él, desarmada esta vez pero con evidentes intenciones de dañar al agente, por lo que él, sin dudar, se defendió disparando una última vez. La fémina trastabilló hasta alcanzar a duras penas la estructura del pozo, donde se apoyó escasos segundos mientras él daba pasos laterales para colocarse donde ella había yacido momentos antes.

Lo observó con la mirada llameante de ira, sangrando por la boca, los agujeros de bala y los múltiples cortes. El fluido carmesí brotaba profusamente de las heridas, deslizándose por la piel hasta llegar al suelo, donde ella había trazado un camino de huellas ensangrentadas. No era capaz de comprender cómo podía moverse aún, o siquiera cómo era capaz de respirar, de estar viva, cuando debía estar más que muerta tras todo lo acontecido.

Advirtió un nuevo movimiento por parte de la asaltante en su dirección, con rapidez y los brazos extendidos.

- ¡Detente! —Exigió.

- V-vas... a m-mo... morir... —murmuró con exiguas fuerzas, sin detenerse ni cejar en su afán por acabar con la vida del policía.

Luis, ciertamente al límite, disparó esperanzado de que fuese la última vez, pues ya comenzaba a ver un poco borroso y se sentía agotado. Sin apenas percatarse de ello, había perdido la sangre suficiente como para que eso y el estrés de la situación le pasasen factura.

Aquella bala atinó en la frente, atravesando la cabeza de la mujer e impulsándola hacia atrás, cosa que la llevó a chocar con el pozo cayendo en su interior irremediablemente. Luis observó atónito la escena, viendo casi a cámara lenta como ella daba dos pasos sin fuerza alguna y, llegada a la estructura del pozo, se precipitaba a su interior. Profirió un grito gutural que heló la sangre del hombre, el cual bajó el arma y corrió instintivamente a la posición de la mujer, a pesar de saber que no llegaría a tiempo de sujetarla. Vio, horrorizado, como su cuerpo se internaba por completo en aquel espacio y descendía chocando contra las paredes una y otra y otra vez. Sintió cada golpe en carnes propias y las piernas dejaron de sostenerle. Tuvo que agarrarse del borde y agacharse pues no podía mantenerse en pie ni un segundo más.

Nunca había vivido algo así, jamás había tenido que matar a alguien ni tampoco se había visto obligado a disparar tantas veces a una sola persona. Aquella, sin duda, había sido la peor experiencia de su carrera hasta la fecha y no estaba seguro de poder superarla con facilidad. Cerró los ojos un instante, no le quedaban fuerzas. Pensó en Esteban, ¿estaría aún con vida?

Alcanzó a escuchar el sonido de las sirenas, en la lejanía, y suspiró con alivio al ser consciente de que si Esteban no había muerto desangrado aún estarían a tiempo de salvarlo.

Con la puerta de la calle abierta, accedieron primero a la vivienda varios agentes que se desplegaron inmediatamente al entrar. Unos subieron las escaleras, otros accedieron a la planta inferior, con sendos equipos médicos siguiéndoles.

En la calle, dos policías se encargaban de contener a los vecinos que, alarmados por los disparos, habían salido a ver qué sucedía. En el interior se encontró primero a Luis, sentado en el suelo con la consciencia justa para balbucear tratando de informar de que Esteban estaba arriba y que Aurora había caído al pozo. Les costó entenderle, pero lo lograron. Se hicieron fotos del escenario nada más llegar, antes de que encamasen al policía y se lo llevasen a la ambulancia. Para cuando lo introdujeron en el vehículo, Esteban se encontraba en el otro al borde de la muerte. Había perdido mucha sangre y estaba inconsciente, sin responder a estímulos, así que lo llevaron al hospital a la máxima velocidad que podían mientras trataban de no perderlo.

Mientras tanto, en la vivienda se centraban en tomar imágenes de absolutamente todo. Las manchas de sangre por doquier dieron mucho trabajo, el destrozo generalizado en todas y cada una de las estancias provocó teorías varias y se cerró el acceso a las plantas superiores hasta que tuvieran un relato de los hechos por parte de los supervivientes. Abajo, disponían lo necesario para tratar de rescatar el cuerpo de la mujer del interior del pozo, seguros de que era imposible que hubiese sobrevivido.

En el hospital, mandaron a ambos hombres a distintos quirófanos. Al policía se le debía realizar una operación mucho más sencilla que al otro varón, pues sus heridas eran menores en número y en gravedad. Esteban en cambio, pasó por horas y horas de operación y terminó en coma inducido.

Se envió una pareja de policías a los domicilios de ambos hombres para comunicar la situación y el comienzo de la investigación. La mujer de Luis quedó algo tranquila al saber que estaba bien y que sería dado de alta en unos días si no había contratiempos, pero la familia de Esteban quedó consternada. A la abuela de los chiquillos tuvieron que facilitarle atención médica pues se desmayó; los niños no estaban en mejor estado dado que la noticia del fallecimiento de su madre y que su padre estuviese al borde de la muerte no era algo fácil de asumir.

No les permitieron ir al hospital hasta el día siguiente, cuando creyeron que estarían más preparados y la cirugía habría terminado.

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