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Aquella mañana Darla se levantó realmente cansada, no recordaba haberlo estado tanto nunca antes. Durmió mal, muy mal. Tardó mucho en dormirse, no había hecho más que intentar no pensar y en lugar de eso pensaba más y más. Encima una vez en el mundo de los sueños lo que tuvo fueron pesadillas, no una sino varias, muy breves, pero una tras otra y era casi como si recordase escenas de una peli.

Sentada en su cama, escuchando el sonido del aire colarse en su dormitorio por el extractor, daba vueltas a lo sucedido anoche una vez más. ¿Qué era aquella cosa que había visto? ¿De dónde había salido? ¿Por qué se encontró con aquello? No sabía ni una sola respuesta y pensó que quizá era demasiado pequeña como para tenerlas de un modo natural, así que decidió preguntar a su familia en cuanto les viera.

Dejó de un lado las pesadillas que la habían acompañado durante aquella mala noche y se levantó de su cómoda cama, se puso las zapatillas en forma de león y una bata sobre su pijama. Tras ello se dirigió al comedor, donde sabía que estaban los demás pues sus voces provenían de allí.

Al entrar sonrió y les saludó mientras llegaba hasta sus padres.

-¡Hola, mami! –Exclamó echándose en sus brazos y dándole un sonoro beso en la mejilla.

-¡Hola, cielito! –Le respondió su madre, cariñosa.

-Hola cielito –se burló Carlos, estallando después en una sonora carcajada que cortó cuando su padre le miró con la reprimenda marcada en los ojos.

-Ven, que te siento –le dijo Esteban a Darla.

La cogió en brazos y la subió a la silla con un cojín debajo para que quedase algo elevada, pues aquella mesa era algo más alta de lo habitual. Mientras Aurora le colocó su parte del almuerzo en su lugar. Cuando estuvieron todos sentados prosiguieron con su conversación y con el desayuno, en perfecta armonía. Darla no aguantó más y aprovechó una pausa en lo que hablaban para preguntar aquello que le rondaba la cabeza.

-Papi, anoche vi una cosa rara -dijo inocentemente.

-¿Qué cosa rara, hija?

-No tenía color, no sé qué era.

-¿No tenía color? Eso no puede ser, Darla –respondió Carlos.

-¡Sí puede! Cuando fui a hacer pipí lo vi, en el pasillo. Y veía a través suyo, ¡no era de ningún color! –Replicó, disgustándose por el comentario de su hermano.

Sus familiares la miraban confusos, ¿algo sin color en el pasillo? No sabían que era. Santiago la observaba fijamente, se notaba que estaba pensativo. Darla se dio cuenta.

-Santiii, tú sí me crees, ¿a que sí? –inquirió ella feliz de pensar que, al menos, su hermanito si la creía.

-¿Yo? –Reaccionó de golpe-. Bueno, sin color ¿sería transparente? Si es eso sí puede ser.

-Pues eso –sentenció ella, sonriendo de oreja a oreja.

-Darla, ¿tenías frío? –Le preguntó él–. Cuando lo viste.

-Sííí, me dio mucho frío, Santiii –él esbozó una sencilla sonrisa al oír, nuevamente, su nombre pronunciado así. Ella siempre lo llamaba arrastrando la i al final, le gustaba porque era la única que lo llamaba de ese modo y lo hacía especial.

Su padre, reflexionaba sobre lo que explicaba su pequeñina. Algo transparente, que daba frío, en el pasillo de casa.

-Hija, y eso, ¿cuándo fue?

-Anoche, eran las dos en punto en mi despertador, papi. Tenía que ir al lavabo y me levanté, y lo vi entonces, antes de llegar al cuarto de baño –respondió ella con naturalidad.

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