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Un tiempo después, las cosas parecían haber vuelto a su cauce. La mayor parte de la familia pasaba el día a día tranquilamente, centrándose en sus quehaceres y dejando, en parte, todo lo malo sucedido en el olvido.

Aurora había vuelto a la casa, a pesar de que a veces le costaba estar con Darla sin exaltarse exageradamente, pero se comportaba lo suficiente como para no perturbar al resto de su familia. Esteban no perdía detalle de lo que acontecía en el interior de la vivienda, y mantenía informado al doctor que llevaba el seguimiento de su esposa. Controlaba que no descuidase su medicación y la obligaba a ir a las sesiones, llevándola él mismo.

Los gemelos seguían bien, tan juntos como siempre, cuidando de sus hermanos menores pero mayormente de Valeria, quien últimamente se metía en problemas en la escuela. Parecía no portarse bien, pelear con sus compañeros por todo y por nada, y se llevaba los problemas a la calle y a casa. Andaba malhumorada, arisca y no pintaba, todo muy extraño en ella. Eso fue lo que más extrañaba a su progenitor, pues la conocía bien, quien intentaba llegar a la raíz del asunto sin que se notase. Había averiguado que un compañero de curso de su hija había estado alardeando de que tenía varios premios de concursos de dibujo y pintura, entre ellos algunos a los que ella se había presentado tiempo atrás y que no había ganado. Supuso que eso debió sentarle mal; al fin y al cabo, a nadie le gusta que le metan el dedo en la llaga. Decidió seguir silenciosamente con su investigación, pues consideraba que era lo más acertado.

Santiago parecía estar bien de salud, llevaba meses sin un ataque de asma y no tenía problemas graves al hacer deporte en la escuela, así que decidieron reducirle poco a poco la medicación. Darla estaba encantada compartiendo cuarto con su hermano, dormía perfectamente por las noches, sus amigas y ella cada vez se llevaban mejor y estaba muy centrada en el colegio. Era, al fin, una niña feliz.

Así era hasta que el padre de Esteban murió y la viuda se mudó con ellos. Aquello conllevó nuevos cambios en los dormitorios, pasando Valeria de nuevo a la planta inferior, en la que situaron una cama más para Santiago. Darla, al ser la menor, fue la única de los hijos en quedarse en la planta principal y, para desgracia suya, la volvieron a enviar a su antigua habitación. Lloró al saberlo, pues no quería regresar al cuarto sin ventana siendo eso algo comprensible al fin y al cabo.

Cuando la abuela estuvo instalada y cada quien en su ubicación establecida, la tranquila vida de Darla se tambaleó de nuevo. La primera noche no durmió, simplemente el recuerdo de lo que había vivido allí en un pasado no muy lejano la atormentaba hasta el punto de mantenerla en vela. La segunda, no lloró a la hora de acostarse, pero lo hizo temblorosa e insegura. No paraba de repetirse a sí misma —y a Santiago cuando le preguntó— que si la noche anterior no había sucedido nada no tenía por qué hacerlo en esa.

Llegada la hora de apagar las luces, se tapó hasta el cuello e inspiró profundamente intentando sosegarse un poco pero, por desgracia, sin lograrlo ni un ápice. La noche fue extraña, los sonidos del extractor y el crujir de cualquier mueble en la estancia se le metían en la cabeza, perforándola brutalmente. Tanta era la agonía que le supuso, que saltó de la cama y corrió para salir del dormitorio, dispuesta a ir a por alguien que la salvase de su pesadilla. Primeramente pensó en su padre, pero lo descartó al recordar que dormía de nuevo con su madre, para que la abuela de los chiquillos no viese nada extraño entre ellos. Frenó en seco en la puerta del dormitorio, dándose cuenta de que solamente una persona más la podía calmar y ayudar, y estaba en la planta inferior. No sabía qué hacer, ¿bajar las escaleras? ¿sola y a oscuras? Y una vez abajo, ¿sería capaz de adentrarse en el garaje para llegar hasta la habitación de Valeria y Santiago? No las tenía todas consigo, pero no veía otra forma de llegar a su hermano, así que inspiró y se armó de valor, uno que no sabía que tenía.

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