Un día como otro cualquiera

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Júlia abrió el periódico y poco le faltó para escupir el café cuando vio la fotografía del titular de la quinta página. Lo leyó con atención y, sin terminar de desayunar, se levantó con el diario bajo el brazo, pagó y salió de la cafetería corriendo a la caza de un taxi. Cuando por fin uno libre se detuvo, la mujer se subió y le indicó al conductor adónde quería ir.

Cogió el móvil y maldijo cuando advirtió que se había agotado la batería. Se apretó el bolso al cuerpo. Le sudaban las manos y sentía como si fuera a tener un paro cardiaco de un momento a otro. Vio que los ojos del taxista, reflejados en el retrovisor interior, la observaban durante un breve segundo. Seguro que, con la cara de pánico que debía presentar, el hombre no vería adecuado iniciar una conversación; y no lo hizo.

Bajaron por Gran Vía y Júlia estuvo a punto de gritarle al conductor que acelerara. Los constantes semáforos en rojo que se encontraban la estaban poniendo de los nervios. Pero en hora punta y en el mismo centro de Barcelona era imposible ir más rápido, así que se limitó a suspirar y a golpear con el talón en el suelo una y otra vez, impaciente.

Al llegar a Plaza Cataluña no pudo esperar más; pagó y se apeó del taxi. Cruzó la plaza a toda velocidad y bajó por Las Ramblas hasta llegar a un edificio antiguo pero en buen estado.

No esperó al ascensor. Subió por las escaleras, sorteando a la señora de la limpieza, y llegó a la cuarta planta a punto de echar los pulmones por la boca y con una capa de sudor bajo el flequillo. Frente a ella se entornaba una puerta blanca con un letrero que rezaba: «Agencia de modelos Martí». La abrió y entró. La recepcionista levantó la cabeza y le dio los buenos días con una sonrisa de oreja a oreja que se le borró de la cara en cuanto se fijó bien en el estado de la recién llegada.

—Sandra, ¿dónde está Pere? —preguntó Júlia casi sin aliento—. Tengo que hablar con él. ¡Ya!

—Sí, señora. Le avisaré ahora mismo.

—Esperaré en mi despacho.

Se fue dando zancadas hacia un cuarto al fondo de la sala mientras la recepcionista hacía la llamada pertinente. Júlia se sintió observada por el camino y tuvo que morderse la lengua para no dar un par de gritos. En vez de eso, cerró la puerta con un golpe seco.

Puso el bolso en el sofá y se sentó en la silla del escritorio, dejando el periódico sobre la mesa. Lo abrió por la página que tanto la había afectado y se quedó observándola con la cabeza apoyada en las manos.

Pere no tardó más de dos minutos en llegar y con solo verle la cara ya sabía que Júlia no tenía un buen día.

—¿Qué narices significa esto? —exigió saber antes de que el hombre pudiera decir una palabra.

Pere se acercó a la mesa y leyó el titular en voz alta. Tuvo que contenerse para no soltar una carcajada, pero no pudo evitar que una sonrisa le curvara los labios.

—Muere atropellada Júlia Martí Font —leyó y dio la vuelta a la mesa para situarse junto a la mujer—. Vaya, así que estoy hablando con un fantasma.

—Esto es serio. ¿Cómo pueden decir que he muerto?

—Desde luego es una broma de mal gusto.

—Un periódico serio jamás bromearía con cosas así —repuso ella.

—Entonces, habrá sido un error. —Encogió los hombros con suavidad.

—Un error colosal.

—Llamaré para que lo rectifiquen en seguida. No te alteres por tan poca cosa.

—De verdad, a veces me gustaría poder ser tan despreocupada como tú.

Pere se agachó y le robó un beso.

—Ahora mismo lo arreglo. Tú deberías relajarte un poco y cambiar esa cara —aconsejó antes de salir por la puerta—. Recuerda que tienes una reunión a las diez.

—Eso si no han leído el periódico...

Pere soltó una carcajada y salió del despacho.

Júlia se aseó un poco e inspiró y expiró varias veces frente al espejo. Cuando se sintió más tranquila y presentable, cogió su bolso y salió del despacho. Sonrió a todos sus empleados y se despidió de Sandra con una sonrisa.

Esta vez sí esperó al ascensor. Se miró de nuevo al espejo mientras bajaba. Saludó a la señora de la limpieza, que ya había terminado su trabajo, y salió del edificio.

No se dio cuenta de que una bicicleta bajaba por la calle a toda velocidad. El ciclista, incapaz de esquivarla, chocó contra ella. Júlia cayó al suelo con tan mala suerte que medio cuerpo quedó sobre la carretera.

El conductor del coche que se dirigía hacia ella dio un frenazo, pero no con suficiente rapidez. La rueda pasó por encima de la cabeza de Júlia matándola al instante.

Al día siguiente, la noticia de la muerte de Júlia se publicó por segunda vez en el periódico.


Insania © (Completa)Where stories live. Discover now