Mensaje de un náufrago

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Querido lector:

Mi miedo no cesa. Me encuentro abandonado en la más temible pesadilla y no puedo dejar de pensar que, tal vez, no sea sólo fruto de la paranoia que me causa esta espantosa soledad. Cuando duermo, la veo; cuando no, también.

Ya he perdido la cuenta del tiempo que llevo clausurado en esta maldita isla y puedo asegurar que no me había topado nunca con más vida que la de los animales que habitan el lugar. Pero ella apareció el día que me decidí a poner fin a este horrible confinamiento. Vi la silueta de una joven entre los árboles. Sus ojos, de un desolado azul, me miraron con indulgencia. El cabello oscuro le caía culebreando por los hombros de piel tostada, tanto como ya lo es la mía.

Fue un breve instante, pero suficiente para detener la piedra afilada con la que yo ya había empezado a rasgarme el cuello, intentando quebrar la soledumbre que me embargaba. Desde entonces me obsesiona su presencia en la isla. Al principio creía que era un acto desesperado que mi mente ponía en juego para devolverme el instinto de supervivencia, pero empiezo a pensar que ella es real.

Siempre la hallo a lo lejos: tras un árbol, en lo alto de una cascada o en la playa. Por más que la he buscado, jamás la encuentro; siempre es ella quien me encuentra a mí. Y la temo tanto... pero, al mismo tiempo, la necesito y, en los peores días, cuando la soledad me hunde el pecho, desearía tenerla cerca y dar rienda suelta a mis más primitivos instintos masculinos.

Pero tengo miedo. Sus ojos atormentados no son de este mundo. Eso pienso, a veces, cuando me topo con mi cordura.

Estos últimos días paso la mayor parte del tiempo aislado en mi guarida. Apenas salgo ya a buscar alimento y cada día me siento más débil. Sé que moriré pronto, si no de hambre, de melancolía...

Deseo verla, pero temo salir y descubrir esos ojos contemplando la desesperación que se adueña de mí. Me pregunto cuál será su nombre, si es que tiene alguno. En la incomunicación de esta isla no se necesitan nombres. A veces creo olvidar el mío. ¿Cómo era? Ah, sí. Gabriel. El solitario Gabriel. Aquél que siempre hablaba de buscar un retiro para sentirse libre. Y, heme aquí. Desertor de la gran ciudad, en la isla más pura. Y me siento encerrado, retraído, echado del mundo... Sí nunca hubiera dejado la seguridad de mi hogar ahora seguiría deseando ser libre, sin saber el horror que eso implica. Sería infeliz, pero más feliz que ahora.

Y, pese a todo, mi último deseo es que vuelva a encontrarme. Tenerla a mi lado. Que me abrace y me lleve al infierno de dónde haya salido.

Atentamente,

Un náufrago demente.


Insania © (Completa)Where stories live. Discover now