Casa encantada

1.6K 95 2
                                    

En el pequeño pueblo de Winsh, la casa que se alzaba sobre la colina destacaba sobre las demás gracias al paraje seco y grisáceo que la rodeaba. Desde hacía más de un siglo, el rumor de que era una casa de brujas había pasado de generación en generación, convirtiendo en un deber para los niños más valientes el adentrarse en aquella zona en noches de luna llena, golpear el portón y quedarse frente a él hasta que alguien contestara. Algunos aseguraban que una anciana, de ojos tan blancos como su pelo y más arrugada que una pasa, apartaba la cortina, roída por el paso de los años, para lanzarles una mirada ciega llena de cólera. Otros niños, asustados por los ruidos que solían hacer las criaturas de la noche tales como ratones o mapaches, salían corriendo antes de siquiera golpear la puerta. Pero la gran mayoría explicaba que habían permanecido frente a la puerta durante largos minutos y nadie había aparecido.

La casa, a la que bien le iría el nombre de mansión, no solo estaba rodeada por el aire misterioso de años y años de rumores. También tenía un encanto fantasmal para los turistas, a los que se les contaba, entre otras cosas, que la fachada había sido reconstruida en varias ocasiones, pero que había vuelto a su estado desvencijado y tenebroso en cuestión de horas. Algo parecido a lo que, supuestamente, le ocurría a las flores, que se marchitaban nada más florecer. Aunque, sin duda alguna, la historia que más atraía a los visitantes era la de la joven que saltaba cada trece de febrero desde el acantilado que se encontraba apenas a cien metros de la casa. Esta vestía un traje de novia y parecía ser arrastrada por alguna fuerza misteriosa que la empujaba desde lo alto del risco.

A John le resultaba divertido escuchar a la gente que pasaba junto a su casa, la más cercana a la mansión encantada, asegurando haber percibido algo después de acercarse a ver aquel paraje tan desafortunado, por supuesto, siempre durante el día. El joven se preguntaba cómo podían creerse una historia tan parecida a las que se contaban en tantos libros o se veían en tantas películas. Pero eso le daba de comer, ya que el pueblo hacía buen negocio con los turistas, y, al fin y al cabo, él también había sido niño en Winsh y sabía lo que era creer ver cosas solo por las historias que los demás contaban.

La tarde del 13 de febrero de 2013 iba a ser la última en que la casa recibiría una visita. El alcalde había llegado a un acuerdo que le llenaría los bolsillos por vender aquella zona a un extranjero ricachón y coleccionista de viviendas que entrañaran un gran misterio. Así que, poco antes del anochecer, John subió por la colina y se acercó a la puerta de la mansión, recordando la primera vez que había estado allí, con tan solo ocho años. Aquella noche de hacía dos décadas creyó ver a la famosa anciana ciega de la que tanto le habían hablado sus amigos y con la que había tenido pesadillas hasta casi cumplir la mayoría de edad. Le resultaba curioso recordar todavía un rostro que jamás había visto en realidad; pero así era la mente humana, más misteriosa que cualquier cuento que rodeara aquella casa vieja y maltrecha.

Prefirió no entrar, más por el miedo a que el suelo cediera bajo sus pies que a lo que pudiera encontrar en su interior, aunque sí dio un paseo por alrededor, sorteando arbustos tan altos como él y zarzas que arremetían contra sus pantalones. No tardó en llegar a la parte de atrás, desde donde se veía el acantilado por el que, justamente esa noche, aparecería la joven novia que no vería el amanecer nunca más. Caminó hacia allí, dispuesto a ver más de cerca la caída, pero sin aproximarse lo suficiente como para que el viento lo azotase y lo lanzase al vacío. Observó el mar oscuro, en el que se reflejaba una luna inmensa y plateada. Se preguntó, no sin sentirse estúpido, si la trágica noche de la leyenda sería tan hermosa como aquella. Y mientras imaginaba a una muchacha joven y hermosa, con la piel tan pálida como la luna y los ojos tan oscuros como aquel mar, sintió un golpe en la espalda que lo hizo avanzar hasta el borde del peñón, donde el abrazo de un viento furioso lo lanzó al agua.

Despertó frenético, aún en el risco, sin saber bien cuándo se había quedado dormido. Se llevó las manos temblorosas a la cara y respiró hondo varias veces, antes de soltar una atronadora carcajada que lo ayudó a tranquilizarse. Decidió que ya había tenido suficiente de fantasmas por el momento y se puso en pie dispuesto a volver a casa. Pero algo lo detuvo. No esperaba encontrarse a la misma anciana que había creído ver tras la ventana de la casa cuando era niño; solo que esta vez se hallaba al borde del acantilado, mirándolo con los mismos ojos blancos de entonces. Y, con una sonrisa marchita en la cara, se giró de espaldas a él y saltó al vacío.


Insania © (Completa)Where stories live. Discover now