De pájaros caídos

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No tenían tiempo para preocuparse de existir. A veces, sus pensamientos los distraían hasta el punto de hacerlos detenerse en pleno vuelo. Sus alas se paraban y su corazón lo hacía con ellas. Y de pronto, todo su organismo era la impresión tridimensional de una Polaroid compuesta por un pico y unas alas, no por anhelos ni por sueños.
El aire dejaba de sustentar al pájaro muerto y lo dejaba caer. Al llegar al suelo, sus huesos se quebraban y se torcían en ángulos extraños. Esto no importaba mucho a los animales carroñeros, que encontraban en ellos un estupendo puzle con el que alimentar sus estómagos. Así es como el pájaro emprendía su último vuelo, una irónicamente placentera travesía por los intestinos de una criatura que, en el fondo, era como él.
Tras recorrer el desagradable camino de la digestión, el alma del pájaro decidía que ya había tenido suficiente y se separaba del cuerpo, dejándolo atrás. Esperaba poder volar y ser libre por fin, alzar unas alas imaginarias en dirección al sol, como solía hacer para saludarlo cada alba. Sin embargo, sus alas no estaban allí. Tan solo era una masa informe que ni siquiera tenía color, que ni siquiera se podía ver, y cuyo único propósito consistía en caer al infierno.
El infierno. Era una palabra sin significado para las almas de los pájaros, que solo conocían una bóveda celeste plagada de osas y cazadores. Por eso, cuando el ánima llegó allí, no supo qué hacer. ¿Debía adentrarse por el sendero de piedra? ¿Debía atravesar los portones de hierro? ¿O tal vez debía abalanzarse hacia la sima de lava que corría bajo sus pies? Había muchas opciones, pero ninguna implicaba volar.
Aun así, se decidió por la última. Saltó hacia el pozo de llamas y por un momento creyó que estaba volando. Lo notaba en las alas, en las sienes, en las garras, en los dedos de los pies. También en los colmillos, en las húmedas escamas y en los brillantes ojos, pardos, negros, azules. Era todas las cosas y a la vez solo una, porque iba a morir (morir de verdad) y los pájaros también deliran cuando mueren. La única diferencia es que su último aliento no lo gastan imaginando que matan a quien los mató.

Las huellas de los pájarosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora