De pájaros arrastrados

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Las aves se arrastran por el suelo. Alguien les quitó las patas, lo cual no importó mucho. Pero cuando les quitaron las alas, empezaron a caer. Directas al vacío.
La sensación de las plumas agitándose al viento, del pico rasgando la atmósfera. Si es que quedaba alguna atmósfera ya. No había vida en el cielo, no había estrellas. Los humanos de las tierras bajas añoraban a esos pájaros que habían envidiado por su libertad. Construyendo aviones, helicópteros, naves espaciales. En realidad, siempre se trataba de la misma excusa para escapar del infierno. Pero los pájaros no lo entendieron hasta que formaron parte de él.
Era duro subir montañas, duro transitar por senderos de piedra, duro enfrentarse a las bestias de los bosques y a la frontera de los mares. Y era arduo el viaje en busca de unas alas que no eran otras que las de la muerte.
En sus huesos vacíos, los pájaros atesoraban sus recuerdos. Cuando se rendían y hacían una parada eterna en el eterno camino, ningún otro se quedaba atrás. Con el tiempo, sus majestuosas plumas se desintegraban, y su carne se desvanecía fundida en la nieve o entre los dientes de animales carroñeros. Al final solo quedaban los huesos, componiendo un puzle incomprensible que apenas dejaba huella sobre la tierra.
Así que el esqueleto de los pájaros reposaba allí, tal y como lo hacían sus recuerdos. Y estos se iban perdiendo, poco a poco.

Las huellas de los pájarosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora