De pájaros ebrios

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Por las noches, el pájaro dormido solía visitar la taberna de Ciudad. Era un pequeño antro en mitad de la nada, únicamente frecuentado por hombres y mujeres de aura roja entre los que no saltaba ninguna chispa. El pájaro dormido podía verlo. Sus padres le habían dicho una vez que él era especial, que el hierro de sus huesos atraía las ondas de los campos magnéticos de las personas, haciendo que la conexión le permitiera ver lo que nadie más veía. Pero no lo habían dicho como algo bueno. Simplemente era un hecho, un hecho de miradas raras y vacías.

De vez en cuando, la camarera que siempre estaba al fondo se le quedaba mirando. Sus rasgos eran muy curiosos, y sus ojos parecían demasiado pequeños para su cara. Aunque los gorriones estaban acostumbrados a los ojos pequeños, lo de aquella mujer era impresionante. Tal vez era porque sus pestañas cubrían la mitad de los iris. El pájaro dormido no entendía cómo podía ella querer tapar unos ojos tan bonitos con aquellos hilos, arrancados de una nube de tormenta. Pero en realidad el pájaro dormido nunca entendía nada, así que lo dejaba estar.

Hasta la noche siguiente. Los ojos de ambos volvían a cruzarse, una y otra vez, entre las luces rojas. Pero nunca conseguían decirse nada. El pájaro estaba mudo, y la chica, que solo podía sonreír, no sonreía. Las sonrisas eran para los humanos, que veían algo en ellas. Las aves no necesitaban eso. Necesitaban un par de alas para volar hasta el cielo, aunque al final siempre tuvieran que hacerlo solos.

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⏰ Última actualización: Mar 21, 2015 ⏰

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Las huellas de los pájarosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora