Capítulo Seis.

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Los meses pasaron rapidísimo. Alice y yo habíamos hecho muchas cosas juntos.
Ayudamos en hogares, fue mi modelo para una sesión de fotos, le dimos de comer a los patos juntos, fuimos al cine, ella leyó mientras yo editaba fotos, comimos chocolates y viajamos a la playa y, por último, me enseñó a hablar con señas. Mi día favorito había sido en San Valentín.
El 14 de febrero me producía asco. Un día creado para poder vender chocolates, flores y estupideces patéticas. Sin embargo, ese día hice la excepción. Y no me pasé mi mañana durmiendo, sino que me desperté temprano, tomé mi sudadera, subí al auto y manejé 178 kilómetros para llegar a una de esas joyerías que tanto le gustan a las chicas. Elegí un collar de plata que tenía una A colgando, me metí al auto y fui por lo siguiente:
14 libros de ciencia ficción.
Chocolates.
Una cesta.
Un mantel.
Rosas.

Conseguí todo en 2 horas y 13 minutos. Que bueno era tener dinero.
Manejé de nuevo hasta casa y tomé las rosas y el chocolate. Bajé del auto, abrí la puerta y le entregué ambas cosas a mi tía.
-¡Feliz San Valentín! -me estrechó entre sus brazos y sonrió.
-¡Pero que ternura! Oh, no hacía falta.
-Claro que sí, eres mi tía favorita. ¿Qué harás hoy?
-Sentarme en el sofá con una buena copa de vino y comer estos bombones mientras veo la maratón de comedias románticas -la acompañé hasta la cocina, donde colocó las rosas en agua -. ¿Tú?
-Bueno, pensaba llevar a Alice a la playa, ¿qué opinas?
-¿No hace frío?
-No nos meteremos en el agua -asintió.
-Me parece bien, ¿te preparo unos sándwiches? -sonreí.
-Era justamente lo que iba a pedirte.
Pasamos el día en la playa comiendo, ella leyendo y yo corriendo mientras hacía piruetas para distraerla mientras leía concentrada.
Una sonrisa apareció en mi rostro y Alice me miró intrigada.
-Estaba pensando que sólo te besé una vez -se ruborizó-. He aguantado como unos ¿dos meses?
Levantó tres de sus dedos.
-¡Vaya! ¿Tres? ¡Eso es aún peor! -me sonrió y volvió a su libro-. Por cierto, era broma, estaba pensando en lo que hicimos estos meses.
Mi teléfono sonó avisando de un nuevo mensaje. Era mi tía.
-Te espero a las 8 p.m -dije, poniéndome de pie-. Vestiremos de blanco, es más fácil mancharse con salsa.
***
Julie estaba fuera de la ciudad por temas de trabajo. Por lo que preparé una gran cena y dejé un libro sobre la mesa. Subí y busqué mi camisa blanca, mis jeans desgastados y mis converse. Luego, me metí al baño a darme una ducha.
Le diría finalmente todo a Alice. Que la amaba, que sus ojos me enloquecían, que sus manos frías calentaban mi corazón, que sus palabras no dichas retumbaban en mi cabeza y que no podría separarme de ella jamás.
Encontré en Alice a una persona que jamás tuve la posibilidad de conocer. Soñadora, alegre, fuerte. Una persona sin miedo a llorar, a caer o a estar sola. Alguien con valor y enseñanzas.
Era todo lo bueno de ésta vida.
En estos días la encontré tratando de formular palabras a escondidas y eso me poné los pelos de punta. De buena manera.
Cuando salí, me vestí y perfumé, tomé los pasajes escondidos debajo de mi escritorio y los llevé a la cocina. Los encondí dentro del libro, aunque sabía que lo que ella siempre hacía era deslizar sus dedos por la portada, por el lomo y por la contraportada, oler las hojas y ver la cantidad de páginas, por último pasaba las páginas admirándolas como si fueran de algún material mágico. Todo ese proceso le tomaba como dos minutos. Algo que me ponía, especialmente, nervioso. ¿Qué le costaba abrirlo y leerlo? ¡Sólo leelo!
Cuando estuve listo, envolví el libro con un papel color verde claro y esperé paciente el llamado de la puerta. Cuando lo escuché me puse de pie y corrí hacia la puerta.
Dios mio, era hermosa.
El blanco en Alice era como el sol en el cielo, como la arena en las playas. Una combinación perfecta.
-Te ves hermosa -susurré y tomé su mano, luego de cerrar la puerta.
La ayudé a sentarse y sonreí cuando la vi mirando el paquete rectangular encima de la mesa. Ocultó sus manos. Obviamente se moría de ganas de abrirlo. Me aclaré la garganta y me miró.
-Está claro que el paquete rectangular con forma de libro es para ti.
Lo tomó y, despacio, se deshizo del papel que lo envolvía.
Era el último libro que le faltaba para completar su colección de su autor de ciencia ficción favorito.
Hizo todo lo mencionado anteriormente y se detuvo cuando notó que había algo dentro. Tomó el sobre de los pasajes insegura y lo abrió. Pasmada, me miró e hizo señas con sus manos, formando una pregunta.
"¿Qué es esto?"
-Pasajes -serví el jugo de uvas favorito de Alice.
"¿Es broma? Iremos a tu ciudad"
Asentí y me puse de pie para servir las pastas.
-¿Qué te parece? Me hiciste conocer a tu madre, creí que quizás querrías acompañarme a visitar a Maya.
Lo dije de esa forma porque así sentía como que "visitar" era ir y ver a mi hermana, viva, no en una tumba.
Volví a sentarme, ya con ambos platos servidos y disfrutamos de la cena en silencio. Tal como nos gustaba. Mirándonos, sonriéndonos, admirándonos.
Me enamoré de ella el día en que la vi por primera vez. Sólo que me di cuenta de eso en ese momento, ese día. Cuando ella estaba frente a mi, con manchas de la salsa de tomate en la boca, sonriendo y analizándome.
Cuando ella me miraba así, de esa forma tan fuerte, me olvidaba de todo.
Recuerdo haberle tendido una servilleta, verla limpiarse y, luego, a mis manos pasando por su cintura mientras su lengua se hacía paso a mi boca. Nos besamos muchas veces, nos acariciamos y nos miramos mucho más cerca que antes.
Pero nada de eso me causo algo tan fuerte como lo que sentí cuando tomó mi mano y la entrelazó con la suya. Cuando eso pasó sentí un escalofrío recorrerme por completo, cerré los ojos y lo disfruté. Por primera vez, en todos estos meses, las manos de Alice no estaban frías.
Emanaba calor, pasión... Amor.
Alice me amaba, lo supe en ese momento.
-Te amo -susurré contra sus labios.
Me besó y movió sus manos.
Una sonrisa se plantó en mi rostro.
"Yo te amo aún más, Thomas"

Palabras Mudas: SIN EDITARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora