Capítulo Tres.

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Alrededor de las 10:30 am, detuve el auto enfrente de la pequeña librería. Abrí la puerta y una campana sonó dándome la bienvenida.

Me acerqué al mostrador.

—Hola, ¿en qué puedo ayudarte?

—Quería saber si tenían algún tipo de libro para aprender a hablar con señas —asintió y comenzó a teclear unas cosas en la computadora.

—Creo que tenemos uno, iré a buscarlo.

—Está bien, gracias. Estaré por aquí —volteé y caminé entré las estanterías. Cuando me acerqué al sector titulado como "Ciencia ficción", Alice estaba ahí.

Una pizca de esperanza se plantó en mi pecho y me acerqué rápidamente.

—Hola —dije, metiendo las manos en mis bolsillos. Me miró con algo de rencor, pero me saludó con la mano—. Quería disculparme, ya sabes, me comporté como un idiota —frunció el ceño y suspiró. Sacó de su bolsillo un IPhone y tecleó en él.

"Esta bien, tú no sabias"

—No, pero pude darme cuenta —rodó los ojos y asintió dándome una sonrisa (bastante contagiosa)—. ¿Qué libro te gustaría comprar? —extendió uno hacia mi, y lo tomé.

Me di vuelta, dejándola allí parada y fui a la caja. La chica detrás del mostrador me esperaba con el libro que le había pedido. Le tendí el libro de Alice y pagué por ambos. Ella ya estaba detrás de mi.

—Todo tuyo. Tómalo como una disculpa —lo aceptó algo indecisa. Las mangas de su camiseta se levantaron por un momento.

Me hubiera gustado no haber mirado hacia allí. Pero no pude evitarlo. Un escalofrío me recorrió el cuerpo dejándome helado, un nudo se instaló en mi garganta y la respiración se me aceleró. Alice lo notó, bajó la cabeza algo avergonzada y tapó sus muñecas rápidamente.

El aire comenzó a faltarme, así que abrí la puerta y caminé hacia fuera. Me apoyé sobre el auto y cerré los ojos.

El recuerdo llegó.

El dolor punzante en mi cabeza se hacía a cada momento más insoportable. Era demasiado tarde, tenía que hacer el menor ruido posible porque se suponía que no podía salir de casa a esas horas.
Tratando de subir las escaleras me detuve en seco. Oí algo, era como un llanto o algo así. Bajé los cuatro escalones que había logrado subir y me guíe por el sonido. Tratando de buscar el lugar de donde provenía.
Cada vez estaba más cerca y cada vez me era más familiar. No podía dejar de imaginarme todo tipo de situaciones.
Era Maya. Maya estaba sentada en la silla de la cocina llorando, estaba de espaldas a mí. Me acerqué temeroso y coloqué mi mano en su hombro. Asustada se giró y sus ojos se veían hinchados, rojos y llenos de lágrimas. Mis ojos se dirigieron, rápidamente, a lo que tenía en sus manos: una cuchilla, y estaba repleta de sangre. Al igual que sus muñecas, al igual que ella.
—Ma-maya, ¿qué estas haciendo? —mi voz salió como un susurro, ella continuaba llorando. Miraba hacia abajo y de sus muñecas no dejaba de salir el líquido rojo. Sentía el sabor metálico en mi boca.—. ¿Maya? —me empujó.
—Dejame.
Tomé aire y corrí escaleras arriba. Ella trató de atraparme, pero fui más rápido. Ella estaba débil.
Mamá y papá tenían que hacer algo. Ella no podía estar así.
Se iba a morir.
—¡Mamá! ¡Papá! ¡Ayuda! —las luces se encendieron en un segundo, y sus rostros aterrados bajaron las escaleras—. Es Maya —susurré—, es Maya...
Ellos sabían lo que estaba pasando, todos los sabíamos. Pero fue demasiado tarde. Ella yacía en el suelo, su respiración se apagaba poco a poco. Conectó su mirada con la mía y, luego, cerró los ojos.
—No —susurré—. No.

Palabras Mudas: SIN EDITARWhere stories live. Discover now