Parte 41

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Llegué a casa con el labio partido, el chubasquero rasgado, la cara deformada por los golpes y el corazón encogido por el miedo.

Subí las escaleras evitando dejar manchas de sangre y emitir quejidos de dolor. No podía soportar una bronca de mi tía en esas condiciones, así que al entrar en casa intenté no hacer ruido e ir directa a mi habitación. Ella estaba despierta leyendo y en cuanto me vio soltó el libro y exigió saber qué me había pasado. Fue hacia mí e intentó tocarme la cara, pero me aparté y por primera vez respetó mi espacio.

Lo primero que le dije fue que me había caído. Mentí de forma automática. No podía contarle lo que había pasado porque eso lo haría más real, y no podía aceptar esa realidad. Me asustaba demasiado.

Luego, y sin que ella insistiera, le confesé que me habían dado una paliza para robarme, lo cual no era del todo mentira, pero omitía detalles muy importantes.

Tardé un par de minutos en ser capaz de sentarme en el sofá de lo confusa y perdida que estaba. Mi tía se ofreció a curarme y a limpiarme la ropa manchada de sangre, pero me negué a que se acercara. Solo acepté una bolsa de guisantes congelados para ponérmela en el lado de la cara que más me dolía y más inflamado estaba. Tras estar un rato en silencio reuní el valor suficiente para contarle a mi tía lo que había pasado.

Volvía a casa pasadas las doce de la noche cuando, a cuatro calles del portal, noté cómo dos hombres se acercaban a mí por detrás. Uno de ellos me agarró por la muñeca con firmeza. Mi primera reacción fue tirar para liberarme, pero él me abrazó por la espalda mientras el otro me cubría los ojos con una especie de trapo opaco que ajustó con fuerza. Tiraron de mí sin ningún miramiento y me metieron en un portal. A pesar de que me revolví y luché, no les costó hacerme bajar escaleras antes de tirarme al suelo de un empujón.

A mi tía le conté que grité. Se lo repetí varias veces, tratando de convencerme a mí misma de que lo había hecho. Pero lo cierto es que no abrí la boca. Los sonidos se ahogaban en mi garganta como en una pesadilla. Ni siquiera separé los labios. Me ordenaron que estuviera callada, pero no hacía falta. Me había quedado muda.

Al caer al suelo mi primera reacción fue tratar de quitarme la venda de los ojos, pero uno de ellos me juntó las manos y me sujetó contra el suelo, apoyando su rodilla en mi vientre. Con la otra mano me agarró del pelo, forzándome a girar la cara hacia ellos. A través de la tela pude ver que me apuntaban con una luz fuerte. Probablemente una linterna.

—¿Es ella? —preguntó el que me agarraba. Su voz era dura y fría, era un chico joven. Su acento era de Madrid.

—Lo es.

—¿Estás seguro?

Traté de comunicarme con ellos, preguntarles qué querían de mí y pedirles que no me hicieran daño, pero el chico me abofeteó. Me incorporé entonces y me revolví, en un triste intento de escapar, y él me dió un puñetazo en la cara. Cuando estaba en el suelo me dió golpe tras golpe hasta que dejé de moverme, entonces me dio un puñetazo en el estómago. Rogué porque la fuerza de gorgona volviera a mí, supliqué porque aparecieran las serpientes, pero nada de eso sucedió.

—No nos será útil si la matas. Haz ya lo que debes y deja de perder el tiempo. — La voz del otro hombre era aguda y ronca, parecía mayor. Su acento no me resultaba familiar. Desde luego no era de Madrid.

El chico me colocó boca arriba e intentó levantar sin éxito la manga de uno de mis brazos. Tampoco se apañó con el cierre de mi chubasquero. Tiró de la tela y solo logró rasgarla. Resopló frustrado.

—Esta mierda no sale. Joder, quítate el puto abrigo. Dámelo.

Si me había asustado darle la mano a Apolo en contra de mi voluntad, observar cómo mis manos actuaban por su cuenta y bajaban la cremallera de mi abrigo para dárselo a aquel hombre me voló la cabeza. Me puse a chillar a pleno pulmón, con todas mis fuerzas. No fue una forma de defenderme, no buscaba ayuda, ni siquiera escapar de ellos. Quería escapar de mi cuerpo, porque ya no lo sentía mío, porque no lo controlaba. El chico terminó de arrancarme el abrigo, me volvió a agarrar del pelo y golpeó mi cara contra las duras baldosas, cortando mi grito. Sentí cómo el cerebro rebotaba dentro de mi cráneo.

Cuervo (fantasía urbana)Where stories live. Discover now