Parte 16

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Aflojé un poco pero no la solté. Oía a las serpientes sisear alrededor de mi cabeza.

—¿Era un farol? —pregunté enfadada—. ¿No pensabas matarle?

—Obviamente no. No voy por ahí matando gente —mi tía se distrajo observando a mis serpientes—. Y no me apetece ir a la cárcel o a algún sitio peor.

La solté y me aparté. Ella se llevó la mano al cuello, pero no dejó de estudiar a las bichas que salían de mi cabeza.

El salón, normalmente pulcro, ahora era un caos. La mesa estaba inclinada por la pata que había partido al escapar, y todo lo que tenía encima había rodado por el suelo. Reparé en que la pistola estaba junto a mis pies, entre aquellas cosas. Mi tía debió soltarla cuando la ataqué.

En cuanto la recogí ella extendió su mano.

—Dámela.

Antes de que pudiera decidir si era seguro darle o no el arma, mi brazo se movió y se la entregó. Me había vuelto a pasar y me resultaba perturbador. Mi cuerpo tomaba sus propias decisiones. Hice que mi brazo se moviera en distintas direcciones, tratando de averiguar qué le acababa de pasar.

Paré cuando noté que las serpientes desaparecieron. Abandonaron mi cabeza justo cuando mi tía desarmó la pistola. Lo hizo con una facilidad asombrosa.

—¿Alguna vez has matado a alguien? —le pregunté.

—¿Qué dices? Claro que no —respondió ofendida.

—¿Y por qué tienes una pistola en casa?

—Si hubiera usado esta pistola para matar a alguien no la tendría en casa.

—¿Pero por qué la tienes?

—Autodefensa.

Los abuelos tenían dos escopetas de caza en casa, también decían que eran para autodefensa. La abuela incluso me enseñó a disparar, pero realmente nunca necesitamos defendernos de nada. Lo más grande que se acercó una vez a casa fue un jabalí desorientado y salió corriendo en cuanto nos vio.

Además, lo más valioso que podíamos defender era la tele que mi abuela le había regalado a mi abuelo para que viera bien el fútbol cuando tuvo cataratas. A mí me parecía una tele gigantesca, pero según Pablo en realidad no valía mucho.

—¿Tienes más armas en esa habitación?

—Lo que hay en esa habitación no te incumbe —mi tía me respondió bastante seca.

—Yo vivo aquí.

—¿Y qué?

—Las armas son peligrosas...

—Tú tranquila —me miró con cara de burla—. No les van a crecer patitas y a entrar en tu cuarto por la noche.

—¿Tienes licencia para tenerlas?

—¿Tinis licinci piri tinirlis? —se mofó—. Mira, no tengo porque darte explicaciones, aquí la adulta soy yo. Y mucho menos después de lo que le has hecho a mi salón —giró la cabeza en dirección a la mesa—. A ver, consejo. Si alguna vez te atan a la pata de un mueble —se puso de rodillas y acercó las manos a la pata de una silla, simulando estar atada a ella— levantas la pata y voila. —Inclinó la silla, haciendo que la pata se elevara y pasó las esposas imaginarias por debajo de la mesa—. Es lo que habría hecho una persona normal.

—Lo que no es normal es que mi propia tía me espose...

—Teníamos que asegurarnos de que el chico era tu protegido.

Cuervo (fantasía urbana)Where stories live. Discover now