Capítulo 7. Un duro Tanque

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(ANTONIO)

Seguiré yo mismo. Y tío, lo tuyo con el dragón era a lo que jugábamos en el patio del colegio comparado con lo mío con el torito de los cojon... ¿Qué? ¿Que no diga esas palabras? ¡Pero si te has llevado tú todo el rato igual, leñe! Bueno, da igual.

Yo entré por la puerta que tenía el símbolo de una montaña con luz naranja. Al abrir la puerta, una ráfaga de aire caliente y arena me dio la hostia de mi vida. Al parecer, mi puerta llevaba a un desierto. Lo único que se veía era montañas de arena rojiza y el cielo azul como los azulejos del baño de mi casa, o para entendernos, azul celeste, con una bola de luz enorme a la que conocemos normalmente como sol, pero que también se le dice "¡Coño, que me voy a quedar ciego!". El sol pegaba más fuerte que Mohamed Alí, y la arena quemaba como la sopa que me hacía mi abuela. Me gusta la sopa. ¡¡SOPA!! Perdón, me distraigo. Al cerrar la puerta vi que estaba en una especie de torre medio enterrada en la arena. Puse al toro en la parte más baja de una duna y dije la palabreja rara esa. Enseguida, la figura empezó a brillar tanto que casi que prefería mirar al sol porque me dañaba menos la vista. Lo que era de metal brillante pasó a ser de pelo negro oscuro. Sus astas estaban afiladas, lo que me hizo tragar saliva. Sus ojos eran del color del carbón. Solo había un pequeño detalle que no me cuadraba en todo esto. ¡¡ESE ANIMAL ES DEL TAMAÑO DE UN TODOTERRENO!! Una vez acabada su transformación, se dio la vuelta, soltó un bufido y me miró con cara de mala leche. Cuando me quise dar cuenta estaba yo corriendo por medio del desierto con un toro gigante pisándole los talones. Tenía que pensar rápido porque sino me cogería el toro, nunca mejor dicho. No sé qué me hizo pensar que correría más que un toro de dos metros, pero la desesperación a veces es buena. Antes de que me metiera un cuerno por lugares no deseados, decidí coger al toro por los cuernos, literalmente. Me giré y le agarré los cuernos hasta frenarlo, eso sí, y enterrarme los pies hasta los tobillos. Creí que un tira y afloja sería la solución, pero esa bestia es más lista de lo que creía. Con un movimiento de cabeza al estilo de Raffaella Carrá, me lanzó al cielo. Esa experiencia no te la da nadie, "Caída libre sin paracaídas ni hostias en vinagre, a palo seco". Creo que puedo formar un negocio con eso. Mejor no, que después viene el típico blandengue quejándose: que si me he hecho daño, que si no es seguro, que si me he roto un brazo, que si me cuesta respirar... Bueno, que me voy por las ramas, salí disparado al cielo y caí justo encima de él. Lo que empezó como un tira y afloja acabó siendo un rodeo, pero más bruto. En vez de agarrarme a una cuerda, le pegaba el pellizco directamente en el pelo, lo que hizo que se cabreara aún más y que pegara botes más grandes. Eso sí que es diversión y no los toros locos que ponen en las ferias, que ni es un toro y ni está loco ni nada. Cuando decidí que ya me había divertido lo suficiente, me tiré a la arena. Caí al lado de él, pero lo que el animal no esperaba es que levantara la tierra bajos sus patas. Lo dejé suspendido en una isla flotante. El animal, sin saber qué hacer, se tiró encima de mí, cayendo boca arriba. Por un momento creí que no saldría de esa, pero me negaba a quedarme ahí, pero le eché coraje, apreté los dientes y levanté a esa bestia encima de mi cabeza y la lancé a la duna más cercana. Pero la cosa no se acabó ahí, porque mi rival se levantó más cabreado todavía, así que antes de que pudiera moverse, levanté una duna entera apretando el puño y se la tiré encima, dejándole al aire solo la cabeza. Me acerqué y le miré a los ojos. Su miraba ya no me transmitía furia, sino rendición. Por fin se rindió. Retiré toda la arena de su cuerpo y me tumbé reposándome en su lomo. Le miré a la cara y le dije:

-Vaya por culo me has dado, cabrón. Eres duro como un tanque. Ea, po' así te voy a llamar, Tanque. - Por la forma en la que me miró creo que le gustó el nombre. Después de esa guerrilla solo queríamos quedarnos allí tumbados a la sombra de la torre cogiendo el calorcito de la arena. No sé cuánto tiempo nos llevamos ahí sentados, el que maneja el tiempo con la posición del sol es Jack, no yo. Algún día le diré que me enseñe.

Al rato me levante porque sentía como me empezaba a tragar la arena. El desierto es mu' traicionero, y cuando te despistas ¡PUM! te ves con la arena hasta la cintura. Si en el desierto apenas hay vida será por algo. Bueno, eso, que me levanté, le di unos golpecitos en el lomo a Tanque y lo devolví a la forma de figurilla decorativa. Nada más salir, me di una necesaria ducha, porque me cantaba el alerón un pelín bastante. Cuando acabé, me fui al salón creyendo que ya iba a haber gente allí, pero solo estaba Iskendar, que me dijo:

-¿Te ha costado domarlo, no?

-¿Lo has visto? ¿Cómo?

-Sí, lo he visto todo. El como te costaría entenderlo. Este sitio es todo magia, lo he creado yo con magia. Así que dejémoslo en que lo he visto gracias a la magia. Pero vamos, no quiero aburrirte. Como eres el primero en llegar, mejor vete a dormir a tu habitación. Creo que te hace falta.

-Sí, mejor. Gracias.

Me fui directo a mi habitación. Fitetu' si estaba cansado que por un momento me asusté al ver la gran geoda morada que hay junto a mi armario. El sueño me afecta una barbaridad. Tal como caí en la cama me quedé frito y ahí me quedé hasta la hora de cenar. Jo, ahora tengo hambre. Yo ya he acabado, me voy a comer. Que coja el relevo quién quiera. 

Las gemas de los elementosWhere stories live. Discover now