VI

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[25 diciembre 2007 // 05 agosto 2008]

Fue extraño despertarme el veinticinco de diciembre sin el olor a bizcocho recién hecho por la mañana, como había hecho durante todas las Navidades de mi vida. Era como si de pronto mi cuerpo recordara de que mi madre realmente se había marchado y no tenía pinta de que iba a volver pronto. No me había parado a sentirme triste acerca de su partida. Porque la odiaba. No quería perdonarla el abandonarme en esa casa llena de rasguños en las paredes; era una cobarde, y la odiaba.

Ese primer año sin ella ninguno de los dos había sabido realmente qué hacer. Al despertarme ni siquiera me acordaba que era Navidad hasta que vi la fecha en el calendario roído sobre mi mesa. Aunque, lo primero que hice nada más levantarme, fue comprobarme los músculos de los brazos frente al espejo.

Suponía que mi padre había estado verdaderamente asustado después de lo que pasó a principios de verano, hacía ya casi 5 meses. Porque no me había puesto una mano encima desde entonces. No me malinterpretes, jamás estuvo cerca de ser cariñoso ni siquiera amable conmigo, y seguía siendo efusivo y violento de vez en cuando, y los insultos seguían siendo plato de cada día. Pero nunca había vuelto al punto de dejarme inconsciente, o incluso cerca.

Cuando bajé las escaleras tuve que detenerme antes de llegar hasta el descansillo. Mi padre había vuelto a encender la pequeña radio que mi madre sólo apagaba por las madrugadas para dormir, y que llevaba creando un silencio espeso en los pasillos de mi casa durante casi un año entero. Estaba encendida, y cuando entré en la cocina, mi padre estaba preparando el desayuno. Con una sonrisa en la cara. Y creció algo de esperanza en mi interior.

Luego, lo tiraría todo por la borda en el aniversario de la partida de mi madre.

Sin embargo, no eran los constantes cambios de tono que tenía mi padre conmigo lo que hizo que me cambiasen la medicación por riesgo a adicción.

Dan no tardaría demasiado en empezar a salir con Jane de manera oficial. No quería analizar por qué me molestaba tanto que estuviera sucediendo aquello, pero lo hacía. Sabía que Ellen estaba todavía más enfadada con la situación que yo. Trataba, una y otra vez, hacerme hablar con Dan para tratar de cambiarle de opinión, ya fuera cuando estábamos juntos o por teléfono. Durante el poco tiempo que nos veíamos era de lo único que hablábamos. O, mejor dicho, hablaba.

—¿Has hablado con Dan?

Yo ponía los ojos y negaba con la cabeza.

Y ella respondía con un suspiro y con su habitual monólogo en el que subía la voz más y más para dejar claros sus argumentos de por qué no debían estar juntos. Yo no estaba en desacuerdo con ella del todo; es más, tenía razón. Jane no pertenecía ahí, no pertenecía con alguien así. Había tenido numerosas pesadillas con distintos finales a los que se enfrentaba si continuaba esa relación, y ninguno era feliz. Pero yo seguía con mi narrativa de indiferencia, haciendo esfuerzos por ocultar lo increíblemente incómodo que estaba con esa situación. Así que no hice nada de lo que Ellen me pedía; escuchaba cómo Dan comenzaba a hacer bromas de mal gusto acerca de su nueva relación con la chica de trece años que iba a mi clase, y yo callaba su voz con cualquier droga que tenía delante. Probablemente podría haber hecho algo al respecto, y debería haberlo hecho. Pero no lo hice. Porque yo también soy un cobarde.

Eso sólo ayudó a que me alejara todavía más de ellas.

No sólo me redujeron la dosis del único medicamento que estaba tomando en el momento, sino que vieron oportuno extender mis visitas al psicólogo y darme una segunda pastilla, que me adormecía la lengua y me hacía quedarme dormido en mi pupitre de clase.

Ethan |s.m|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora