IV

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[06 abril 2007]

El primero de abril Dan no asistió a clase. O, por lo menos, no estaba fuera del instituto esperando a que apareciera para acompañarme como había sido nuestra rutina hasta ahora.

Fue el segundo día en el que Dan dejó de aparecer que mi padre aprovechó para convertirme de nuevo en su saco de boxeo personal. Le bastó para ver que ya habían pasado dos días seguidos, refugiándose en el fin de semana para esperar a que mis heridas se curasen. Supe de esta manera que realmente no lo hacía por motivos medianamente justificados. Lo hacía porque encontraba un pasatiempo en ello, porque quería y le gustaba hacerlo.

Pero Dan no volvió ese lunes siguiente. Ni el martes. Y cuando llegó el viernes sin ninguna noticia de su parte, ya lo daba por perdido.

Mi padre no se acordó de mi cumpleaños, pero tampoco esperé que lo hiciera. No quise darle importancia, no quería culparle por no acordarse. Quería convencerme a mí mismo de que cumplir trece años no era para tanto ni tan importante como parecía que lo era para todo el resto de chicos de mi edad. Pero muy en el fondo no podía ignorar el nudo en la garganta que se formó en cuanto crucé el umbral de la puerta como un día normal por mucho que quisiese. Y estaba tan disgustado que en vez de volver a clase después del primer recreo, cogí mis cosas y me marché solo hasta el parque en el que pasaba mis fines de semana con Ellen.

Fue el primer día en el que cogí inconscientemente la tabla de skate, como si mi cuerpo de alguna forma sabía que lo iba a necesitar. Pasé horas y horas en el parque antes de que apareciera Ellen, en una hora en la que supuse que ya habría salido del instituto.

Se sentó al lado mía en la rampa con las manos a su lado y sin mirarme directamente. Yo miraba al frente con la mandíbula algo tensa.

—Me has dejado sola con Jane hoy.

Suspiré y puse los ojos en blanco. Me puso su mano encima de la mía.

—Ha preguntado por ti.

La miré y me estaba sonriendo. Un cosquilleo agradable subió de mi estómago a los hombros, y sonreí un poco cuando ella intentaba no reírse de la emoción. Aparté la mirada todavía sonriendo y miré mi regazo. Me empujó suavemente con el hombro.

—Te he traído una cosa.

Miré con curiosidad cómo enredaba en su mochila verde militar vieja. Sacó un pequeño paquete cuadrado y plano y me lo tendió. Le dirigí nuevamente la mirada sorprendido, y me interrumpió cuando quise preguntarle:

—Felicidades.

—Ellen, por qué—

—Sé que el cabrón de tu padre no te ha dicho ni buenos días esta mañana.

Bajé la mirada y me mordí el labio.

Mis padres nunca habían sido de regalos. El año pasado mi madre me preparó el desayuno y me regaló el skate que todavía usaba a día de hoy, pero eso fue todo, y el primer año. Siempre habían sido cosas sin importancia, por lo que no relacionaba el concepto de cumpleaños con regalos.

—No deberías haber—

—¿Quieres callarte y abrirlo?

Le sonreí y rasgué el papel plateado meticulosamente cerrado con celo. Debajo del papel brillante estaba el primer disco de lo que más tarde se convertiría en mi colección de álbumes: Hybrid Theory, el primero de Linkin Park.

—Tienes un reproductor, ¿verdad?

Acaricié el borde del plástico y asentí.

—No sé qué clase de música te gusta, pero este es todavía el mejor disco del grupo así que... tómatelo como una recomendación.

Ethan |s.m|Where stories live. Discover now