III

47 5 0
                                    

[29 marzo 2007]

Pasaron los meses, y Dan no dejó de acompañarme ni un sólo día desde esa primera vez. Al principio era incómodo y silencioso, no entendía, o siendo más sincero, no quería entender por qué se empeñaba tanto en querer venir conmigo todos los días. Pero no voy a negarlo. Sabía que mi padre iba a estar enfadado por lo que acababa de pasar en el instituto ese día, y sentí una pequeña sensación de alivio al ver que caminaba de nuevo a mi lado por segunda vez. A partir de entonces, no dejó de hacerlo. Como si supiera que funcionaba. Y lo hacía. No sabía si era una coincidencia, si mi padre por tener la obligación de pasar las tardes en casa ya no bebía tan ocasionalmente y se aguantaba la mano, o si realmente sabía que alguien estaba observando sus movimientos, aunque sólo fuera un crío. Pero, por alguna razón, mi padre le tenía miedo. O por lo menos el suficiente respeto como para darse cuenta de que sería peligroso pasarse de la raya.

Conforme avanzaban los días, los sonidos de las pisadas en el suelo comenzaron a quedar reemplazadas por nuestras conversaciones. No hablábamos demasiado al principio, siempre eran cosas superfluas y casi forzadas por mi parte cuando salí de esa etapa de negación y comencé a darme cuenta de que quería ayudarme. Pero junto con el paso de los días, las conversaciones empezaron a ser reales y comenzamos a conocernos mutuamente en esos pequeños diez minutos diarios, de lunes a viernes, como una rutina a la que poco a poco comencé a esperar con ganas cada vez que se acercaba la hora de ir a casa. Algo que era complicado.

Un viernes normal, mientras Dan y yo caminábamos como de costumbre hacia mi casa con la conversación en el aire, hizo una pausa antes de hacerme una pregunta un poco peculiar:

—¿Quién es la chica que está siempre contigo?

Quise no sorprenderme cuando dijo las palabras con la mirada clavada en el pavimento mojado para después subir los ojos y dirigirme una mirada curiosa y casi salvaje, pero tuve que devolverle la mirada divertido.

—¿Quién? ¿Ellen?

—La chica castaña que está contigo en los recreos.

—Ellen, va a mi clase.

—¿En serio?

Asentí y le miré sonriendo.

—¿Por qué?

Apartó la mirada tratando de ocultar la sonrisa y se recolocó la gorra visiblemente algo nervioso por la mención de mi amiga, por mucho que hubiese sido él quien había preguntado por ella. Se encogió de hombros y se humedeció los labios.

—Es mona.

—¿No es un poco joven para ti? —le pregunté bromeando, a lo que me respondió con un puñetazo en el hombro que me desvió unos pasos de mi camino.

Me reí y él volvió a humedecerse los labios.

—No lo digo por mí, lo digo por ti.

Solté una carcajada.

—Venga ya, ahora no me vengas con excusas.

—¿No te gusta?

Negué con la cabeza rápidamente.

—Ew no, es como mi hermana.

Resopló.

—Qué nenaza eres.

—Vete a la mierda.

—Entonces, ¿está libre?

Me encogí de hombros.

—Supongo que sí, no me habla de esas cosas.

Asintió y no dijo nada más. Me chocó la mano y esperó a que entrase en casa para seguir su camino hacia la suya.

Ethan |s.m|Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz