Capítulo 29

627 75 10
                                    

-Te amo -me decías.

-Yo también te amo -te decía.

-Sí. Pero algún día vas a dejar de hacerlo.

-No, yo nunca voy a dejar de amarte.

-Un día voy a morir -dijiste, mirando el firmamento por arriba de nosotras.

-Pero ese día está muy lejos de acercarse -contestaba, con un nudo en la garganta.

Me miraste de soslayo, con una sonrisa.

-Cuando muera...

-No...

-Déjame terminar. He estado intentando por muchos años decirte sobre esto, sobre mí no muy lejana muerte por mucho tiempo, pero tú siempre me detenías porque tenías miedo de lo que podría decir a continuación, de que yo moriría en cualquier momento.

»Siempre pensé que no le temías a nada. Tú estabas ahí, con las dificultades y cosas golpeándote en la cara pero tú sonreías como si sólo fuera el viento agitándote el cabello, cuando a mí todo me afectaba y desmoronaba mi salud mental. Hipersensible, habían dicho. Y yo te miraba a ti y eras la más fuerte de las dos, a la que nada le afectaba, la chica que no le temía a nada.

Soltabas unas cuantas carcajadas. Yo tenía diecisiete. No sabía por qué tú me estabas diciendo todo aquello, como si asimilaras que algún día ibas a morir, pero de una manera cruda. Tenías trece. Era increíble cómo te dabas cuenta de las cosas, a menudo me dejaba atónita. Había algo adulto en tu mirada solemne, la posición de tu cuerpo y tu rostro. Siempre habías sido así, desde muy pequeña. Serena y madura; demasiado para tu edad.

Posaste tu mano sobre la mía, con los ojos tan brillantes como las estrellas. Sentía que había dejado de respirar por unos largos segundos.

-Me equivoqué todos estos años -dijiste-, porque tú le temes a la muerte. Pero no a tu propia muerte, sino a la muerte de las personas que te rodean.

-Algunas cosas son más importantes que la muerte -contestaba finalmente.

Estaba luchando por no echarme a llorar. Me conocías más que a mí misma.

Parpadeaste, sorprendida.

-Como nuestro amor -decía.

Tú sonreíste. Era una sonrisa lenta, pequeña, que fue convirtiéndose en una sonrisa abierta y llena de ilusión. Tu cabello negro se alborotaba con el mío. Era como si el ángel y el demonio lucharan por entrelazarse entre sí, para perdonarse de todos sus pecados.

El demonio era el cabello blanco. El ángel era el cabello negro. Engañaban a los ojos humanos.

-Cuando me convierta en una estrella -decías-. Yo aún voy a amarte. Te voy a estar esperando. Siempre voy a estar ahí para ti, como tú lo hiciste conmigo.

Entrelazabas tus dedos con los míos.

-Y cuando te conviertas en una estrella, vamos a estar juntas por siempre.

Todavía estoy esperando el día para convertirme en una estrella, Clementine. Te miro, en el cielo, todos los días. Algún día voy a llegar a ti.

Cuando los ángeles merecen morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora