Capítulo 2

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"Creas listas en tu cabeza acerca de lo que quieres en una persona, como el pelo marrón y una voz dulce. Una mente inteligente y un corazón blando, un sentido del humor que en realidad te hace reír como tú quieres. Esto, y aquello. Pero es todo mentira.

Porque las personas no son listas que tú haces, y yo siempre he querido ser la persona que hiciera que otra se diera cuenta de eso. Quiero conocer a una persona con una lista en su cabeza que no representa la persona que yo soy, y quiero demostrar que ellos ni siquiera sabían lo que estaban buscando. Las personas que piensan, que saben lo que quieren se están engañando a sí mismos. Nadie sabe qué o a quién quieren. No hasta que está justo frente a ellos".

-Marianna Paige


Lunes 11 de Febrero, 2013

Abrí la puerta de mi casa, con curiosidad. Los tacones de mis botas repicaron contra el suelo de mármol del vestíbulo vacío. Arrojé la mochila en el sofá del living. Me dirigí hacia la cocina, con pasos vacilantes. Estaba cansada de caminar, cansada de respirar. Era un día quejumbroso, no tenía ganas de hacer nada. Sólo quería echarme al sofá y mirar hacia un punto vacío hasta dormirme profundamente. Me pasaba muy a menudo.

Mi madre estaba abriendo el horno, para guardar las ollas y cosas de la cocina que obstaculizaban la encimera. Ella odiaba que la cocina estuviera repleta de cosas, jamás logré comprender sus motivos.

Ella sólo decía: «siempre tienes que guardar las cosas, es incómodo vivir así, cocinar de esta manera.» Y yo guardaba las cosas en silencio, incapaz de replicar algo en contra suyo.

―Mamá ―dije.

La amplia cocina de la casa estaba decorada con muebles antiguos de madera y roble oscuros, con adornos floreales y encimeros de granito. Una gran mesa de madera estaba en el centro de la estancia, con rastros de migas de pan. Un aparador pequeño mostraba platos antiguos coleccionados cuidadosamente detrás de vidrios que relucían brillosos.

―¡Brenda, cariño! ―saludó mi madre entusiasmada, revolviendo algo que parecía ser una sopa―. ¿Cómo fue tu día? Salí temprano del trabajo, tú sabes, mi jefe y sus cosas...

―Bien.

Me acerqué a la cocina y comencé a cortar los tomates que estaban en la encimera, esperando.

―¡Oh! No hace falta, cariño. Lo tengo todo controlado.

Asentí pero continué cortando los tomates. Ella removió sus manos nerviosamente, haciendo una mueca que en ese momento me resultó divertida.

―Sabes... en realidad pedí salir más temprano del trabajo, por tu hermana. Tú sabes, todavía tiene esos días de... depresión ―dijo la palabra «depresión» como si estuviera masticando gusanos vivos.

―Lo sé.

Coloqué los tomates cortados en un bol amarillo y terminé de preparar la ensalada. Mi madre no sabía cómo detenerme, porque ella quería preparar la comida. Decía que ayudaba en muchas cosas, que no era necesario que hiciera esto.

Yo sabía perfectamente, y lo sigo sabiendo, que mi madre adoraba cuando lo hacía. «Quien vive en la casa, debe colaborar», decía cada vez que me veía ordenar la habitación de Clementine con actitud de suficiencia. Pero había cierta inocencia en sus acciones, en sus palabras y en su expresión. Nada de lo que ella dijera se tomaba en serio en la casa. Para eso estaba mi padre.

―Cariño, creo que no deberías ponerle... ya sabes, tu hermana odia las partes malas de la lechuga. Sabes lo que le causa...

―Lo sé.

Cuando los ángeles merecen morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora