Epílogo (2ª Parte)

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—Faedra fue la hechicera más poderosa de Normandia, ¿no? —intervino Kay dudoso.

—No es algo que desconozca —afirmé con altanería y apunté a los inertes reyes, dejando el libro en mi regazo—. Respondan, por favor.

—¿A qué viene todo eso y por qué mencionar el nombre de una repudiada de los tuyos? —reclamó Evans.

Quise reír al ser incluida, en palabras de Evans, como una lordina, tal como lo hacía las veces que necesitaba la lealtad que con tanta fuerza me había instruido. El problema era que, para ese momento, ya no tenía idea quién era. Solo que no lo bastante lordina, ni normandia ni lo bastante reina para que importara.

Con la única certeza de que había alguien amenazando todo lo que por años había construido.

—Madre... —pedí, observando a Ondina, que terminaría por ceder, como siempre pasaba, cuando no me dirigía a ella como la reina que era, sino como la madre que había intentado ser.

—La elegida de Faedra, es una chica de su linaje que heredaría su magia. También, la única que sería capaz de adoptar sus conocimientos e interpretarlos en un supuesto diario que, hasta el día de hoy, nadie ha visto —explicó—. Han pasado tantos años desde aquello, que toda la historia se ha convertido en culto y más bien una narración popular en las calles de Normandia. O al menos así fue hace casi dos décadas.

Por supuesto que fue así, porque entonces el reino no estaba reducido a escombros, casas abandonadas, un par de plazas, la estatua de Ilora y unas decenas de bodrios de mala muerte.

—Hablaste de un diario, ¿qué más sabes de él? —presioné.

—¿Qué es todo esto? —preguntó Kay, sonando confundido.

—Ya lo entenderás.

—Se dice que el diario contiene, además de sus vivencias personales, fórmulas de pociones y hechizos creados por ella misma —continuó la reina—. Pero, tal como te dije, Lía, todo esto es fantasía y nadie ha logrado encontrar el dichoso libro que Faedra escondió.

—Excepto que tú sí lo hallaste.

Sonreí, como pocas veces lo hacía, y pedí a los criados se retiraran. Nadie refutó mi orden y no hubo una sola intervención hasta que no estuvimos solos y yo me permití el placer de observar los rostros incrédulos de Ondina y Evans, al ver lo que les enseñaba.

—El diario de Faedra —informé, leyendo el mensaje en iriseo que marcaba la portada con el nombre de su dueña y un: «Para una hija de Normandia» debajo.

—¿De dónde lo sacaste? —cuestionó Ondina, sin ocultar la auténtica fascinación que la embargaba.

—De una de mis excursiones a la biblioteca, por supuesto.

Omití aclarar que me refería a la de Normandia, pero no dudé que ellos habían entendido a cuál me refería.

—Imposible —afirmó Evans—. No puede ser que llevara todo ese tiempo en la biblioteca y jamás hubiera sido encontrado.

—Por favor, ¿cuántos hechiceros crees que se han dado el trabajo de buscar más allá de la primera hilera de libros de las inagotables corridas de ejemplares?

Evans guardó silencio. No había que responder a eso porque era obvio.

La biblioteca de hechiceros de Normandia era un edificio gigantesco que contaba con cinco pisos y un ático repleto de secciones que, a su vez, tenían estantes con cuatro y cinco corridas de libros que databan la historia completa de Umbrarum e incluso otros mundos. Sin embargo, no serían los libros los que asustarían a los visitantes, sino más bien el absoluto silencio al que eras sometido tan pronto cruzabas las puertas de ese lugar. No cualquier criatura podría permanecer horas allí, siendo privada de varios de sus sentidos primarios, además de su magia.

CDU 1 - El despertar de Ilora [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora