Capítulo 3 - Una ciudad de víctimas

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Canción en multimedia: The saddest song [Alec Benjamin]

Imagen en multimedia: El fondo de bloqueo que creó Danielle. [El de Jayden]

Capítulo tres: Una ciudad de víctimas

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Capítulo tres: Una ciudad de víctimas.

Estoy pagando en el Starbucks cuando me golpea la forma en la que he terminado aquí y aprieto los dientes con fuerza. Sostengo el cartón con las tres bebidas con cuidado, el recibo hecho añicos entre mis dedos antes de volver al coche donde mis hermanos esperan, impacientes, a que les dé el chocolate caliente con nata para Arthur y con nata y caramelo para Tim.

    No es la primera vez que les tengo que llevar a clase, es una de las pegas por tener coche y que ellos tiendan a ser tan lentos por las mañanas. Claro que sus mentes son más manipuladoras de lo que debería para su edad y nada más me he alejado de nuestra calle, Tim ha empezado a dar patadas a mi asiento y gritar. Literalmente gritar, diciendo que quería un chocolate del Starbucks.

    Porque incluso sus caprichos buscan arruinarme.

    También ha metido a su gemelo en esa rabieta y, aunque Arthur tenía la clara disculpa en su mirada, le ha seguido el juego. Claro que les he dicho que no al principio, ya íbamos tarde y, si además tengo que pasar por su colegio, yo no llegaré a primera hora, pero ellos tenían otros planes. No es la primera vez que lo hacen, lo peor es que me ponen contra las cuerdas cada vez. Porque, ¿qué hago? ¿Dejarles tirados en la acera más cercana? Se lo contarían a mamá y ella me castigaría por haberles dejado ir solos a su colegio. Además, probablemente no irían allí, la última y única vez que confiamos en que fueran andando después de haber perdido el autobús escolar terminaron apareciendo acompañados de un policía que les había encontrado en una sala de juegos.

    Y por su sonrisa supimos que no se arrepentían lo más mínimo.

    Además, si llego a su colegio, ellos no bajarán. Les conozco. Tim se agarraría a todo y trataría de darme patadas para quedarse dentro del coche. Gritaría a todo pulmón y, seguramente, alguien llamaría a la policía alarmado pensando que les estoy tratando de secuestrar. El muy capullo diría algo así y me haría perder al menos un par de horas.

    Así que sólo ha quedado ir al maldito Starbucks más cercano -a veinte minutos de casa y en dirección contraria a su colegio- y parar a comprar sus bebidas. He aprovechado para pedir algo para mí y dejar que una bebida fría me baje los humos.

    Un día de estos voy a dejarles encerrados en un sótano para que me dejen en paz. A veces odio ser la hermana mayor.

    Entro al coche, les paso sus vasos, acomodo el mío cerca y arranco de nuevo. Al menos los gemelos tienen la decencia de mantenerse callados el resto del camino. El silencio sólo lo corta Arthur cuando se inclina hacia mí desde los asientos traseros y pide con timidez que le pase una servilleta.

    Les dejo en las puertas de su colegio quince minutos después de su hora y me obligo a esperar porque Tim se ve demasiado sonriente saludándome a modo de despedida. Llego a quitar la llave del contacto para que él entienda que no me voy a mover hasta que ellos no entren al colegio. Finalmente, lo hacen y yo pongo rumbo al instituto donde, por supuesto, no llego a mi primera clase.

Compañeros de delitosWhere stories live. Discover now