Capítulo 61 - Final

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Ya que es el último, ¿qué os parece ir a por unas mantas, algo de comer y lo leemos con calma? Despidámonos dándole mucho amor a este capítulo

Canción en multimedia: Control [Zoe Wees]

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Capítulo sesenta y uno: Final.

Miércoles, 15 de mayo (4 meses después)

Danielle Ilsen:

La pequeña sala donde me reúno con mi psiquiatra está muy iluminada esta vez. Él ha abierto por completo los cortinas y, por la hora, el sol golpea con fuerza a través del cristal. En su mesa, están algunos de los narcisos que el jardinero me dio. Después de despertarme temprano cada mañana para mirar por mi ventana porque ver a Norman cuidar del jardín trasero del centro me relajaba, él se dio cuenta. Empezó a saludarme y, después, me dejó hacerle compañía alguna mañana. Hace poco, me dio narcisos diciendo que eran su flor favorita porque, por su color amarillo, le recordaban al sol, al calor y a la esperanza. Quiso que yo los tuviera. Conmovida por su significado, le regalé algunas de esas flores a mi psiquiatra para poder verlas cada vez que teníamos que reunirnos que, aquí, es a menudo.

    Mi psiquiatra está revisando sus papeles mientras yo espero en el sillón de siempre a que diga que puedo irme. Se quita las gafas que usa para leer, las deja sobre la mesa y me mira.

    —¿No vas a decirme nada? —pregunta.

    ¿Qué tengo que decirle? Paso rápido por los últimos días. He empezado a ir a las clases de yoga que hay por la mañana, llevo semanas yendo a la clase de zumba por las tardes y, con el tiempo libre, he coloreado tantos dibujos que ahora las paredes de mi habitación están llenas.

    —Llevas una semana sin medicación, Danielle, háblame de eso —pide.

    Una semana.

    Lo primero que hicieron cuando llegué, fue recetarme pastillas, tardaron menos de dos días en tener mi dosis diaria preparada y, eso, me ayudó a pasar las primeras semanas. Fueron malas, muy malas, primero porque la medicación no me afectaba como debía, me dejaba mal cuerpo y, sin poder comer bien todavía, me hacía vomitar cualquier cosa que probase. Las pesadillas empeoraron y me mantuvieron tres semanas separada del resto del mundo, separada para no molestarles, supongo, porque todo lo que yo era capaz de hacer por las noches era gritar y, durante el día, me perdía en la oscuridad.

    Creí que las salas blancas y acolchadas que salían en las películas eran falsas hasta que yo tuve que pasar tres semanas en una de ellas.

    Son reales, son muy reales y, con atención constante, una dieta que me obligaban a seguir por muy mal que me sentara y tiempo para que mi cuerpo aceptara la medicación, empecé a centrarme, empecé a escuchar cuando mi psiquiatra intentaba conseguir algo conmigo.

    Luego me pasaron de vuelta a mi primera habitación, mantuvieron mis reuniones con el psiquiatra diarias, pero, el resto del tiempo, tenía a una psicóloga acompañándome de un lado a otro casi como una amiga. Ella me obligaba a hacer algunas cosas, a relacionarme con una persona al día, a hacer alguna actividad que ofrecían, ella era quien se aseguraba de que yo comía todo lo que debía y quien me acompañaba a usar esa llamada de veinte minutos diaria que me permitían e incitaban a hacer.

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